lunes, 17 de junio de 2013

El factor sujeto




Los dilemas, suscitados por la no renovación del jugador Abidal por parte del FC Barcelona (sentimientos versus rendimiento), revelan un síntoma de muchas instituciones de nuestra época. Tradicionalmente los valores, socialmente aceptados (progreso, esfuerzo, lealtad, solidaridad) configuraban el marco de acción de cualquier organización (desde la iglesia al ejercito pasando por las políticas, culturales, sociales e incluso las económicas). Luego cada una se diferenciaba en sus estrategias y tácticas. Unas primaban la relación interpersonal, el cuidado y otras el rendimiento y el beneficio económico.

La hipermodernidad produjo un cambio notable: los modelos del management, propios de las organizaciones empresariales, se exportaron a todas las demás. Aquello que generaba negocio y resultaba eficaz y eficiente podía ser la brújula de la gestión de un hospital, un centro de servicios sociales o un club de futbol. En cierto modo se trataba de pensar en términos de  reingeniería social y eliminar el desperdicio –lo improductivo- tal como propugna el exitoso método Lean.

Esta idea, muy extendida a partir de la implementación en los años 80 de la New Public Management es hoy una realidad en los servicios públicos que no ha dejado, por ello, de recibir críticas. Algunas de expertos como Ralf Dahrendorf, miembro de la Cámara de los Lores y ex rector de la London School of Economics, que  escribía lo siguiente: "Debemos tener cuidado con los enfoques hacia los servicios públicos que se guían con criterios empresariales. En ciertos momentos y en ciertos países, los servicios que no tienen por qué ser públicos tuvieron que privatizarse y apegarse a líneas empresariales con el fin de funcionar mejor (o para poder funcionar siquiera). Pero los servicios públicos esenciales como la salud, la educación, el transporte y unos cuantos más, siempre serán sólo eso, servicios, y por ello se les tendrá que medir con criterios más complejos que el logro de metas cuantificables." ("El triunfo de los servicios públicos", LV 1/1/2004)

¿Se puede eliminar de las instituciones, incluidas las empresariales, el factor sujeto, aquello que se cuela en cualquiera de sus intersticios? ¿Se puede todavía pensar en una objetivización absoluta de los vínculos institucionales? ¿Todo es reducible a la “gestión”: emociones, cuerpo, salud, relaciones?

El psicoanalista Jacques Alain Miller recordaba que el clínico forma parte siempre del cuadro que enmarca el caso que atiende. Al igual que el maestro o el trabajador social o el directivo de un club de futbol, difícilmente pueden pensarse por fuera de ese marco.
El arte ha dado muchas muestras de ese factor sujeto en los “caprichos” de los actores o las extravagancias de los artistas que no son más que signos de un deseo que es ineliminable. Las organizaciones, del tipo que sean, se mueven por muchas razones pero seguro que una de las decisivas es el deseo de sus miembros y los síntomas que provoca ignorarlo.

Los afectos no se oponen al rendimiento, más bien lo condicionan. Por eso ignorarlos, como hace buena parte del pensamiento pseudocientífico (no confundir con la ciencia seria) que cultiva la ilusión de un hombre neuronal (reducido a combinaciones neuroquímicas) o el pensamiento político que sueña con prescindir de aquello que no participa de lo programado es la mejor manera de garantizarse su retorno bajo formas destructivas (repeticiones, desafección, boicots...). Reducir un sujeto a un código de barras o a sus performances mutila la propia institución y los beneficios que persigue.

domingo, 9 de junio de 2013

El horror a lo femenino




LA VANGUARDIA, Tendencias. Domingo, 9 de junio de 2013


Freud habló de un horror básico a la mujer fundado, para el hombre, en su diferencia, que la hace “incomprensible, misteriosamente ajena y por eso hostil”. Hoy podemos hablar mejor de lo femenino, como aquello que es radicalmente otro, diferente, para hombres y también para las mujeres.

Lo femenino se opone al tener, a lo programado, a lo fálico como única solución. En su lugar propone el ser, la sorpresa y el no-todo fálico. Cada época ha buscado fórmulas para tratar lo femenino: desde el amor cortés hasta el patriarcado, pasando por la quema de brujas, personajes que encarnaban bien ese horror a lo femenino.

Las prostitutas son otra de las figuras de ese horror. Antitéticas de la madre, fiel e incondicional, ellas se presentan infieles y con condiciones de entrega. La injuria clásica “hijo de puta” muestra, sin embargo, que en el inconsciente madre y puta son dos caras de la misma moneda.

Una de las condiciones de amor que apuntó Freud es la disociación que el hombre hace entre ese amor materno idealizado y la degradación de la mujer-objeto. Algunos sujetos, parece ser el caso del falso shaolin, llevan esa disociación al extremo del acto mortal. Las razones específicas varían: historias infantiles de humillación, reales o percibidas, “certezas” de una misión que deben realizar. La lista de asesinos de prostitutas es larga, sólo en España entre 2010 y 2012, nos recordaba hace unos días en estas páginas Miquel Molina, ha habido veinte asesinadas.

En cada asesino cohabitan su lado amable, ligado a ideales religiosos o militares, con voluntad redentora, y el reverso de su sadismo (torturas, violaciones). Encarnizados en mujeres que, para ellos, representan mejor que nadie ese goce que escapa a su control. Es por ello que el feminicidio incluye atarlas, torturarlas, descuartizarlas y exterminarlas para eliminar cualquier signo vivo de ese goce femenino que les horroriza.

Los casos de violencia de género nos muestran también cómo el insulto “puta” es habitual para señalar aquello de la mujer que es percibido por el maltratador como fuera de su control –y por ello insoportable: salidas a la calle, miradas ajenas, pensamientos propios, llamadas desconocidas.

A ellos les queda la satisfacción que encuentran en el acto y el objeto fetiche (cabello, ropa, trozos del cuerpo mutilado) que guardan siempre como un trofeo de caza.

sábado, 1 de junio de 2013

Un mito muy masculino


 















La Vanguardia. Tendencias, 1 de Junio de 2013
¿Necesitamos salvadores?





Un mito muy masculino



La crisis, una de cuyas ventajas es hacer más visible lo social, nos devuelve el mito clásico del salvador, mito muy masculino. Un hombre, sólo ante el peligro, antepone el interés colectivo (patria, institución) a cualquier otro personal que debe ser sacrificado en aras del primero. Coincidiendo con la marcha de Mourinho, Aznar anuncia su regreso a la política activa. Dos hombres y un mismo destino: salvar a una institución en declive (Madrid, España) y devolverle el honor mancillado.

Sin entrar en las claves partidistas hay detalles compartidos en su modus operandi, empezando por este objetivo (goal) común. Uno y otro son ejemplares en la aplicación de la teoría neurótica (Freud): “la culpa es siempre del otro que no deja de satisfacerse a costa mía y en mi perjuicio” (privilegios arbitrales, demandas insolidarias,..). El otro tiene pues el goce que a mí me quita, goce que siempre debe ser contado y calculado (tantos penaltis, tantos agravios,..).

Esta tesis, sin dialéctica posible, legitima una respuesta que justifica la propia impunidad. Para este fin cualquier medio está aceptado, incluidos los “digitales”: el dedo propio en el ojo ajeno o el dedo erecto como signo del poder fálico, que desconoce el límite de las reglas colectivas y espera ahorrarse el pago establecido. Si a eso se suma la debilidad del antecesor, el rito de salvación encuentra su legitimidad completa.

¿Resultados? En términos de outputs conocemos los datos del entrenador: escasos y con una relación coste-beneficio muy negativa. En término de outcomes (beneficios del método que revierten en aprendizaje para próximas iniciativas) la cosa pinta peor: división interna en sus filas y aumento notable de la hostilidad con el entorno. Poco aprendizaje, pues, para tanto esfuerzo.

El regreso anunciado del hombre que un día, a propósito de las razones de la guerra de Irak o del cambio climático, declaró que a él no le importaban las causas, sólo los hechos (por cierto, inventados) ¿qué legado nos dejará tras su paso? La ética de las buenas intenciones tiene el riesgo de ignorar las consecuencias de los actos bienintencionados y además suele revestirlos con un velo sobre la memoria histórica (no hay que olvidar que aquí se trata de un regreso).

Europa, y España, nos ofrecen hoy muchos ejemplos del retorno de este mito, que más tarde o más temprano, se confronta a aquello que vela el mito: el culto a la personalidad y la arbitrariedad del acto redentor. Salvar al otro, y más cuando éste no lo pide, no parece entonces un buen método para el otro ni para la convivencia social. Otra cosa son los beneficios para sí mismo.



lunes, 27 de mayo de 2013

DSM-V. ¿Todos trastornados?




La primera edición del DSM se publicó en 1952 y al igual que la siguiente eran un reflejo de la influencia del psicoanálisis. Películas celebres como Recuerda de Hitchcock (con decorados de Dalí) dan testimonio de esa época. Las siguientes partieron de una concepción biologizante del ser humano y supusieron un cambio notable al desmantelar los grandes cuadros de la psicopatología, reduciéndolos a ítems contables. Este mecanismo produjo un efecto burbuja creciendo los trastornos a un ritmo de 100 cuadros por edición, llegando ya a los 500 del actual DSM-V.

El DSM compite con la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), manual de la OMS más flexible para permitir el juicio clínico y la variación cultural. La mayoría de diferencias son arbitrarias pero su armonización choca con el lobby de la Asociación Americana de Psiquiatría que ha hecho del DSM una industria con grandes beneficios.

Su incidencia en la vida de las personas es notable ya que no se limita a clasificar sino que decide las prestaciones a recibir así como los internamientos de oficio. En EE.UU, entre 1987 y 2007, se dobló el número de personas que recibieron prestaciones sociales por incapacidad asociada a un trastorno mental y en los niños 35 veces más, siendo la primera causa de discapacidad infantil.

Esta influencia es lo que resulta más inquietante de esta nueva edición donde A. Frances, uno de los máximos responsables de la anterior, alerta que “hay muchas sugerencias de que el DSM-V podría dramáticamente incrementar las tasas de trastornos mentales y crear decenas de millones de nuevos pacientes mal identificados al promover la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental”.

Algunas novedades: “Trastorno cognitivo menor”, que incluye síntomas inespecíficos muy comunes en personas de más de 50 años; “Trastorno por atracones” definido por darse un atracón semanal en un periodo de tres meses –práctica no inhabitual en verano – y que pasaría a considerarse un trastorno mental. O el que se prevé el cuadro estrella: “Trastorno mixto de ansiedad-depresión” con síntomas ampliamente distribuidos en la población general (inquietud, tristeza) para los que la medicación no supera en resultado al placebo.

La buena noticia es que este desvarío parece encontrar ya su freno en la redacción misma del DSM-V, muy conflictiva debido a las tensiones internas y en el rechazo de numerosas instituciones, entre ellas el Consejo General de Psicología de España. El gobierno de EE.UU., preocupado por reducir gastos en farmacia y hacer viable la reforma impulsada por Obama y Kerry, no admite de sus proveedores ninguna factura que no se base en criterios del manual de la OMS y el NIMH (Instituto Nacional de Salud Mental) – la mayor agencia de investigación biomédica proveedora de fondos de investigación en salud mental– acaba de anunciar que dejará de hacer uso del DSM porque carece de validez y “los pacientes con trastornos mentales se merecen algo mejor”.

No se trata de negar la utilidad de las clasificaciones en la clínica, y mucho menos del diagnóstico, pero cualquier etiqueta no puede olvidar que un sujeto nunca se reduce a la categoría. Frente a esta pasión universalizante del “todos estamos enfermos y fuera de la normalidad, necesitados de medicación” hay que oponer la singularidad del síntoma de cada uno, de aquello que nos hace diferentes y no por ello trastornados. Cuando el clasificar, como finalidad última, borra la escucha del malestar del sujeto, la clínica pierde toda razón de ser.

jueves, 23 de mayo de 2013

Los lenguajes de la nueva pobreza


El término mismo de “nueva pobreza” ya merece por sí mismo un comentario inicial. Hoy está de moda anteponer el  calificativo nuevo para designar un cambio respecto a lo antiguo. Y a veces es así pero muchas otras, lo que se ha dado en llamar el “paradigma 2.0” no hace sino enmascarar la lógica subyacente que repite más que inventa, aunque formalmente parece una novedad radical.

Por nueva pobreza parece entenderse el hecho de que amplios sectores sociales que hasta ahora disponían de recursos de subsistencia y de un bienestar material por encima del umbral de la pobreza, ahora han  cruzado esa frontera y son calificados como pobres.  En cierto modo es así, estadísticamente hoy hay en España y en Catalunya más personas que hace una década en situación de pobreza.

Lo erróneo sería pensar que esto es una novedad, efecto de la crisis financiera y económica que se inició en el 2008.  Si tomamos la pobreza no como un estado, sino como un proceso comprenderemos que lo que está pasando ahora es más profundo y estructural que el efecto de una crisis cíclica. La pobreza surge como concepto codificado en la sociedad occidental y se fundamenta en un sistema económico, el capitalismo y en una filosofía propia como es el individualismo.

Tradicionalmente la pobreza marcaba la frontera norte-sur y constataba cómo unas sociedades despojaban a otras de sus propios medios de supervivencia dejándolas en una situación de precariedad y empobrecimiento material, social y personal. Hoy la globalización ha trasladado esa frontera al interior mismo de cada sociedad, incluida por supuesto la nuestra. A los sectores más vulnerables, ligados a la inmigración, hoy se suman otra población autóctona que ha perdido los recursos de subsistencia ligados al trabajo asalariado.

Este proceso de desposesión forma parte del “nuevo orden mundial” basado en una desigualdad creciente y en una explotación, por parte de las elites,  cada vez más abusiva. Por eso los informes de las instituciones financieras (FMI, OCDE) sobre la pobreza son verdaderos ejercicios de hipocresía y cinismo ya que todo el mundo sabe que para mantener el estilo de vida, promovido en las últimas décadas, y la excelencia de las compañías y el beneficio de sus accionistas, la pobreza de una parte –cada vez mayor- de la sociedad es necesaria.

Una de las ventajas de la crisis es que hace más legible lo social, marcado por las excrecencias del sistema capitalista y los excesos de su des-regulación.

Si no pensamos la pobreza en esta lógica, articulada a las derivas del capitalismo especulativo, lo que Sennett llama el “nuevo capitalismo”, caeremos en la tentación de considerarla como una calamidad o una enfermedad, algo inevitable y connotado muy negativamente. Este discurso de la pobreza como una disfunción social que habría que corregir con medidas asistenciales caracteriza a la pobreza como un estado individual, definida por una  carencia material y en cierto modo natural en algunos sectores considerados marginales y desvalorizados en cuanto a sus posibilidades de mejora.

Baste un ejemplo en los eufemismos con que hoy se nombra ese real: la administración se refiere a los sujetos que recogen comida en los contenedores como “sujetos con dinámica de recuperación de alimentos” o a los chatarreros de toda la vida como “sujetos con dinámica de recuperación de materiales desechables” o a las personas que van de un domicilio a otro, por deshaucio o impago, como "sujetos con inestabilidad domiciliaria". Estos ejemplos, a los que se podrían añadir muchos más, muestran las dificultades de una sociedad para hacerse cargo de sus propios desechos, de eso que ella produce en su back door como residuo no reciclable por un sistema que, como el mismo Sennett definió en una visita a Barcelona, “se ha vuelto hostil a la vida” y que ya Jacques Lacan describió como contrario al amor por el hecho de que no deja ningún margen para la falta, que todo en él –incluidos los residuos y las personas como objetos consumibles- aparecen como reciclados en una entropía voraz e infinita.

Es un hecho que en todas las culturas ha habido personas incapaces de ocuparse de sí mismas y que por ello han necesitado de una tutela efectiva por parte de la familia o el estado. Pero las personas a las que hoy incluimos en esta categoría de “nueva pobreza” no son inválidas social o personalmente.

Son personas que tienen capacidades suficientes para responsabilizarse de sí mismos pero se han visto despojados de los medios necesarios: en primer lugar el trabajo y después, en muchos casos, la vivienda. En ese sentido, cualquier respuesta que no incluya la restitución de la utilidad social del trabajo y/o de la ocupación activa será solo una solución eventual y falsa.


Extracto de la conferencia impartida en el Seminari sobre l'atenció a la nova pobresa, organizado por la UOC, INSERCOOP con la colaboración de la Fundació Catalunya-La Pedrera

lunes, 13 de mayo de 2013

La moral religiosa y los lazos familiares




La ofensiva moral de la derecha en Europa y en España en lo que se refiere a las formas familiares es un hecho incuestionable. El episodio de “El muro de los gilipollas” en Francia es mas que una anécdota, es la respuesta de un sector del mundo jurídico a esta ofensiva que ha tenido un gran impacto popular (reacción a la ley “Mariage pour tous”) y que muestra como la derecha más rancia, de credo católico, parece haber dejado caer el velo de lo correcto y empieza a quebrarse el pacto tácito de 1945, que aparcaba Vichy y sus connotaciones fascistas. En otros países de Europa la deriva derechista permanece también ligada a la iglesia católica. Muy ilustrativo al respecto las tesis de Marcel H. van Herpen sobre la influencia putinista en este tema1.

En España Mª Dolores de Cospedal y otros representantes de la derecha como el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ya se han referido a los años 30 como escenario de tensión social.  A esta moral del deber y los lazos biológicos, compatibles, por cierto, con la ausencia de políticas familiares efectivas como han mostrado muy bien expertos como el sociólogo Lluís Flaquer2, la izquierda opone la del derecho democrático (pluralidad, diversidad, derecho a) que tiene también sus contradicciones.

Estos debates, en Francia sobre el matrimonio homosexual o en España sobre la ley del aborto, ponen de manifiesto una obviedad: cualquier valoración que hagamos sobre los asuntos de familia parte de un pre-juicio. El derivado del hecho que cada uno procede de una familia en la que se crio y para él fue “lo natural”. Algunos buscan fundamentos religiosos o científicos en la madre naturaleza o en la biología. Otros en cambio legitiman cualquier novedad en base al principio democrático de tener “derecho a”, olvidando que un hijo debería ser fruto de un deseo, no de un derecho.

Los datos de la realidad actual de las nuevas formas familiares son, por otra parte, inapelables: 6 millones de hijos viven en familias homoparentales (USA) y 30.000 matrimonios homosexuales en España. Las demandas de acogimiento o adopción por parte de mujeres solas van en aumento y las familias monoparentales representan ya el 15%. Hay más de 300.000 bebes probetas en el mundo y alrededor del 10% de las inseminaciones se hacen a mujeres solas. Centenares de niños españoles han nacido de vientres de madres extranjeras en la última década.

A partir de aquí, ¿qué posición tomar? Levi-Strauss aconsejaba prudencia al recordar que estas formas familiares y de procreación ya las registramos a lo largo del tiempo y las culturas, especialmente en aquellas en las que la Iglesia católica no ejercía un poder de control político. Añadía también el liberalismo en lo que se refiere a la reivindicación de la igualdad de derechos civiles.

Las inquietudes que plantean algunos, respecto las transformaciones familiares, se refieren a las garantías del ejercicio de la parentalidad y la construcción de la identidad sexual. Lo cierto es que los estudios existentes coinciden en no encontrar ninguna patología específica en los niños criados en estas familias. En algunos casos incluso, como la homoparentalidad, más bien sitúan algunos rasgos de carácter positivos como sería una mayor tolerancia y flexibilidad hacia las cuestiones de género.

Cada una de las nuevas formas del lazo familiar deja su huella en lo que Freud llamó la novela familiar. “Mi madre tiene una novia que es como un señor, una mujer pero con un perfume fuerte”. De esta manera me explica una niña de 10 años la relación homo de su madre. Es un ejemplo de que también las teorías sexuales se adaptan a los nuevos tiempos y de que todos necesitamos un tiempo para significar las nuevas relaciones.

La razón de esta “normalidad” de la diversidad familiar no tiene nada de extraño: la paternidad es siempre una atribución, son los niños quienes invisten al otro como padre y madre, una verdad que cualquier padre adoptivo o acogedor comprueba a diario. La familia, como bien sabían los romanos al distinguir el genitor del pater, no tiene nada de natural, es un artificio, una invención que cada civilización moldea bajo diferentes formas

Por eso la verdad que cuenta para cada niño, más allá de la biología, es como cada familia acoge al hijo en su singularidad, dejándole el margen necesario para que construya su subjetividad, sin instrumentalizarle como un objeto de satisfacción. Lo que sí es un hándicap, en cambio, es el estigma social que todavía rige y que hace a los niños depositarios de esa diferencia y les obliga a justificarla.

1. http://www.project-syndicate.org/commentary/putinism-as-a-model-for-western-europe-s-extreme-right-by-marcel-h--van-herpen/spanish .
2. http://www.fundaciolacaixa.es/StaticFiles/StaticFiles/8472ce6adfcef010VgnVCM1000000e8cf10aRCRD/es/es03_esp.pdf

lunes, 6 de mayo de 2013

Lo mental y lo social*


 



Pensar la incidencia de lo social en la relación asistencial con sujetos con patologías mentales parecería lógico en un discurso inclusivo sobre estas problemáticas. Lo curioso es que en el discurso actualmente dominante en la Salud Mental (SM) lo social queda relegado a un factor secundario respecto a la etiología y a actividades secundarias, fundamentalmente de rehabilitación, por lo que hace al tratamiento de la patología mental.

Sirva como ejemplo el programa televisivo “La marató” de TV3, centrado en la Enfermedad Mental (EM) celebrado en el mes de diciembre de 2008. Tanto en el programa mismo como sobre todo en los proyectos subvencionados con el dinero recaudado, cantidades muy altas, se hizo patente este desprecio por la incidencia de lo social en la EM: tan solo uno de los proyectos subvencionados incluía variables sociales y su dotación apenas supone un 1% del total del dinero conseguido.

Estos hechos no son nada ajenos a un nuevo paradigma en la relación asistencial que se ha impuesto desde hace algunas décadas. Hoy, entrados ya en el Siglo XXI, podemos decir que la tendencia “individualista” en la mirada sobre el sujeto contemporáneo, junto a las falsas promesas del cientificismo, constituyen la base más firme de la nueva relación asistencial cuyas características y consecuencias podemos ya vislumbrar con claridad.

 

Esta nueva realidad es la consecuencia de un amplio e ilusorio afán reduccionista que trata la complejidad del real que abordamos, mediante razonamientos y procedimientos simplificados. La ilusión de reducir la complejidad del psiquismo y de la subjetividad a una parte de nuestro organismo: el cerebro. El hombre, así pensado, es un hombre neuronal sin pasado ni futuro, sin historia.

 

Hoy asistimos a la proliferación de investigaciones sobre la genética humana, los fundamentos biológicos de sus procesos mentales, afectivos y relacionales. Estas investigaciones pretenden explicar, a partir de nuestra neuroquímica cerebral o de nuestra fisiología neuronal, cómo es posible que alguien elija una pareja, decida sus inversiones en bolsa o se afilie a un partido político. Todo ello se basa en la idea del hombre neuronal, un sujeto sin consciencia, o en todo caso con una conciencia ya programada y con un funcionamiento ajeno a su voluntad, decidido por misteriosas sinapsis (Pérez-Álvarez, 2011). Estas tesis ensalzan la idea de un individualismo irresponsable ya que sus actos estarían previamente determinados por causas ajenas a él (bioquímica cerebral, dotación genética).

 

La lógica de este nuevo saber sobre el hombre, reducido a su condición neuronal, constituye una verdadera supresión de su condición de subjetividad y por tanto de su relación al otro, o sea de su dimensión social. La etiología supuesta tiene carácter orgánico, vinculado a déficits funcionales (desequilibrio en los diversos sistemas neurotransmisores). En el origen de todo esto suponemos una causa genética que si bien es indemostrable (autismo, esquizofrenia,..) aparece como la garantía final, la evidencia científica de todo el discurso (Tizón, 2009). Las informaciones que disponemos acerca del futuro DSM V no hacen sino confirmar esta idea (Frances, 2010).

 

Estas tesis “neuronales” alcanzan también el ámbito de la intervención social, si bien con menos intensidad que en otros como el de la salud o la educación. Se habla ya de la “neurona de Wall Street” para explicar el comportamiento humano con el paradigma del liberalismo económico, como si actuásemos de manera isomórfica al sistema capitalista (Pérez-Álvarez, 2011). Se pretende así encontrar las bases neurológicas de las prácticas sociales en un momento en que asistimos a un declive evidente de las ciencias humanas y sociales (Llovet, 2011).

Esta pseudociencia se presenta como una liberación del re-ligare de lo antiguo. Se apoya en el poder de la ciencia, exorcizadora de las ataduras y contaminaciones de los viejos procedimientos que implicaban una “confusión” entre sujeto y objeto. La paradoja es que esa ciencia abusiva, o sea el cientificismo, acaba dando forma sólida a una nueva religión por su carácter holístico.

Junto a este nuevo objeto de la SM se promocionan soluciones rápidas y simples que sin embargo no parecen contar con todas las evidencias que prometen. Los antipsicóticos de segunda generación que previsiblemente serian más eficaces y con menos efectos secundarios que sus predecesores no parecen cumplir con sus promesas (menos eficacia y mas efectos indeseados), su uso es discutible (mayores de edad, niños) y en cualquier caso no parecen haber frenado las cifras de los trastornos mentales que aumentan día a día.
*Extracto de la Conferencia realizada en la Comunitat Terapeutica del Maresme, setiembre de 2012. Arenys de Munt (Barcelona)