lunes, 29 de octubre de 2012

Obsesionado por protegerla de sí misma



La Vanguardia, Tendencias 23 de octubre de 2012


Crónica de dos muertes anunciadas


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista

El caso de El Salobral se suma a la ya larga lista de episodios de violencia de género en que el agresor se suicida tras matar a su pareja y a otras personas. El drama se redobla y nos aparece todavía más traumático por lo que tiene de aparente sinsentido.

Por los detalles que conocemos del caso parece confirmarse que se trataba de una relación patológica marcada por la obsesión del asesino que quería “protegerla del mundo a toda costa”. Para ello no dudó en amenazar a su familia para quedarse con ella. Los antecedentes del caso (denuncias de los padres, insultos del asesino a la niña por la calle) muestran como esa obsesión iba tomando consistencia alrededor de una tesis celotípica: es una “zorra y puta” a la que debe proteger de sí misma.

Cualquier signo de goce y de alegría de Almudena, como pasear con sus amigos adolescentes por la calle, eran interpretados por el asesino como la confirmación de esa idea delirante que él vivía como un perjuicio y una indignidad. Parece que se trata, según sus vecinos, de alguien solitario y cuyos hermanos pasan también encerrados largas temporadas.

De nuevo, como en el caso del caso reciente de Baleares, aparece la desconexión social como índice subjetivo y el recurso a las armas como defensa ante una realidad vivida como peligrosa. La respuesta violenta aparece como una “salida” que lo protege de esa dificultad subjetiva, aunque sea al precio de la desaparición del partenaire.

Esa acción violenta de aniquilación del otro implica en muchos casos como éste  su propia desaparición, ya que al matar al objeto amado queda sin interlocutor, sin doble con el que jugar ese peligroso combate entre su sentimiento íntimo de privación vital –disimulado por su apariencia de hombre potente, francotirador-  y la confirmación, que imputa a la pareja, de esa carencia.

El otro drama es que esta niña lo consideraba inofensivo, quería estar con él y en ocasiones se escapaba para verlo e incluso le escribía. Cartas de amor en vano, como vemos en otros muchos casos.

lunes, 22 de octubre de 2012

Nosotros y la cámara



La Vanguardia, Tendencias 21 de octubre e 2012



José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

El vídeo “gamberro” filmado por dos policías de Cerdanyola patrullando se une a la una larga lista de imágenes “privadas”, captadas por los propios protagonistas y que más tarde, consciente o inconscientemente, terminan circulando por la red. En la mayoría de casos se trata de contenidos sexuales o degradantes (humillación) cuando no de ambos a la vez.

La paradoja, aparente, es que su difusión generalizada (Youtube) acaba por provocar perjuicios graves a sus protagonistas, si bien la filmación misma fue placentera. ¿Por qué entonces facilitar su difusión?

Podemos hacer la hipótesis de que la satisfacción esperada al “dar a ver” su obra supera las penalidades de la reprobación legal. Incluso podríamos pensar que el imperativo de mostrar esa hazaña virtual es una ley más poderosa que la normativa legal y por ello empuja a su transgresión. Parece que toda la escena carecería de sentido si no fuese globalmente compartida ya que mantenerla en privado la dejaría como una satisfacción interrupta.

Nuestra relación con la(s) cámara se ha acrecentado en el siglo XXI y ha modificado de manera radical nuestro estar y ser en el mundo. Webcams, neuroimágenes, escáneres corporales, reality shows, cámaras de vigilancia, móviles, nos miran cada día como un ojo absoluto (G. Wajcman).

Compartir eso que llamamos intimidad es una pasión a la que no siempre resulta fácil resistirse porque en el “juicio” del otro que la mira está buena parte de nuestra autoestima. Lo que desconocemos es que no somos nosotros que miramos a través de la cámara, sino que es la cámara quien nos mira y nosotros accedemos a prestarnos como objeto de esa mirada, compartida luego por millones de ojos en la red.

Ese consentimiento dice mucho del especial valor que damos hoy, como tarjeta de presentación, a nuestro cuerpo y a su envoltorio imaginario en detrimento del valor que antaño otorgábamos a los ideales o referencias simbólicas. En el fondo la intención última, más allá de las formas sofisticadas actuales, sigue siendo responder a la pregunta sobre nuestro origen: ¿qué soy yo para el otro? ¿qué valor tengo en su deseo?. La cámara y su reflejo en la pantalla no hacen sino velar el afecto de angustia que siempre acompaña a ese interrogante.


lunes, 15 de octubre de 2012

“Familias y Educación social. Un encuentro necesario”


La Editorial UOC us anuncia la publicació del llibre:
“Familias y Educación social. Un encuentro necesario”


Índice:
 
I.    La acción educativa en el trabajo con familias. José Ramón Ubieto
 
II.    La experiencia de la acción en el trabajo socioeducativo con familias. Eva Bretones, Maria Isabel Monteys, Esther Morales, Gloria Rendón, Jordi Solé i Lluís Vila.
 
Quizás sea cierto, como justifican algunos discursos y anuncian algunas políticas, que las familias no necesitan más apoyos que aquellos que les son ¿propios? (redes familiares, vecinales,…). La realidad muestra, sin embargo, que los itinerarios vitales de todas las familias son siempre complejos y que los nombres propios escapan, a menudo, a la ignorancia de algunas afirmaciones. La acción socioeducativa que defendemos nace del saber de las familias y su camino y resultado es una elaboración colectiva en la que también participamos las y los profesionales de la educación social (aunque no solo). Una acción intencional y proactiva basada en el vínculo educativo. Un vínculo que toma cuerpo en aquello que es el verdadero resorte de su incidencia: el acompañamiento educativo. Proponemos cuatro ejemplos de acompañamiento. 

Todos ellos reconocen y acogen aquello que se presenta como dificultad en las familias. Acoger el sufrimiento es confiar en las familias. Y confiar implica estar presentes como educadoras y educadores sociales.
 
http://www.editorialuoc.cat/familiasyeducacinsocial-p-1009.html?cPath=1

lunes, 8 de octubre de 2012

Asesinos solitarios, matanzas colectivas




La Vanguardia, Tendencias pg. 35. Viernes 5 de octubre de 2012



La tentativa de un joven que preparaba una matanza en la Universidad de Illes Balears, imitando los sucesos de Columbine, hay que ponerla en serie con otras anteriores consumadas. Todas ellas ofrecen diversas claves de lectura: la patología mental del agresor, la tenencia de armas por parte de la población, las motivaciones racistas o la influencia de las ficciones (series y películas) con fuerte contenido violento. Hay un detalle en el que vale la pena detenerse, presente en estos episodios: el mensaje que el propio agresor envía y que termina por llegar al destinatario.

Puede tratarse de un blog/diario, como en este caso, de letras de canciones (Wisconsin), una carta-paquete dirigida al psiquiatra (Aurora), un vídeo casero alojado en alguna web (Toulouse) o un libro con sus reflexiones personales (Utoya). Este hecho pone de manifiesto que no se trata de un acto impulsivo, un pronto irracional, desconectado del Otro. Más bien parece que siempre hay algo que decir o que mostrar y no quieren que su acto y su nombre queden en el olvido.

Es así porque en el origen hay una tesis paranoica radical, fundada en un sentimiento de exclusión, un rechazo que imputan a un otro colectivo (familia, clase, comunidad religiosa, estado). En muchos casos ese rechazo se corresponde a episodios de acoso escolar, abandono familiar, maltratos o abusos. Aquí no es el hecho en sí lo que cuenta, sino la interpretación que ese sujeto le ha dado en términos de segregación y perjuicio.

Limpiar esa “mancha”, borrar esa impureza del otro deviene entonces, para estas personas, una misión a planificar cuidadosamente. Wade M. Page, sospechoso del asesinato de Wisconsin, dijo haber creado su banda musical “End Apathy” para combatir la “degradación del valor de la vida humana” producida por “la sumisión a la tiranía y la hipocresía”.

La certeza de su tarea se impone como una idea fija y solitaria, salvo en casos excepcionales cuando encuentran un partenaire con planteamientos similares. La participación de algunos de ellos en unidades militares, como el caso de Page, proporciona una “salida” fallida a ese odio acumulado.

Predecir estos actos, como cualquier otra conducta, resulta iluso ya que el comportamiento humano no responde a patrones exactos como los objetos simples que estudia la física y que describen trayectorias predecibles de acuerdo a leyes fijas. Los sujetos somos más imprevisibles y nos orientamos por esa “decisión insondable del ser” (Lacan), de acuerdo a esquemas complejos, no lineales.

Un dato no menor, presente en muchos casos y detectado por los propios servicios secretos de los EEUU, a raíz de la matanza de Columbine, es la ingesta desde la infancia, y por largos periodos, de psicoestimulantes prescritos por un supuesto trastorno de hiperactividad.

La combinación de anonimato y difusión global que ofrece la red resulta un estímulo muy apreciado para su objetivo de gritar el odio y mostrar la realización de su misión. A veces ese “ruido” virtual es compatible con cierta “normalidad” social y su silencio suele ser más expresivo que la verborrea bravucona de otros violentos.

Quizás la constante más notable sea el aislamiento personal y la desconexión social de estos sujetos, salvo cuando encuentran el asidero de una “ideología “ racista que parece funcionar como rasgo colectivo y lo disimula. Aquí funciona la polaridad ellos-nosotros, más que la convicción intelectual.

miércoles, 3 de octubre de 2012

¿Construcción o pasión por la ignorancia?



Hoy asistimos a un dilema candente en las prácticas asistenciales (salud, educación y atención social): escuchar el sufrimiento del otro o evaluarlo en silencio.

Las legitimidades antiguas, ligadas a la beneficencia y la caridad cristiana, se han vuelto obsoletas y en su lugar ha venido una doble “razón” contemporánea: la idolatría del management y la religión del cientificismo. Esa santa alianza ha barrido los ideales del viejo paternalismo y ha implantado un nuevo paradigma asistencial.

En la raíz encontramos una idea del sujeto como un cuerpo-máquina cuyo disfuncionamiento (trastornos, desequilibrios químicos, alteraciones genéticas) convenientemente etiquetado, debe corregirse por vía de la psicoeducación y la farmacología. Para este viaje sobra la “contaminación subjetiva”, todo aquello derivado del vínculo transferencial (palabra) y que afecta los cuerpos de unos y otros. Como aconseja el método Lean hay que desprenderse de todo el “desperdicio” y el primero de todos es el blablabla de los sujetos parlanchines.

“Mejor no me explique –dice el joven psi suficientemente preparado, ante una madre angustiada que quiere explicarle que la muerte violenta del padre puede haber influido en la inquietud del hijo- para que todo sea objetivo. Simplemente rellene el cuestionario”. Este nuevo hombre neuronal, reducido al atomismo psíquico de su cerebro (“Y el cerebro creó al hombre”, Antonio Damasio), tiene que hacer frente a su angustia terrenal en soledad

La otra vía apunta a la conversación como salida de los embrollos en los que se localiza lo real. Una conversación muy alejada de los modos al uso (Facebook, Twiter) donde el cuerpo se escabulle, el tiempo se presenta hiperactivo, sin cortes, y el sujeto se conecta con su propio yo encarnado cada vez más en un cuerpo sufriente.

La conversación que causa el deseo es aquella donde los sujetos, con sus cuerpos presentes, sostienen un debate acerca de los interrogantes del caso, partiendo del no saber –reconocimiento de los límites – y orientando las acciones a seguir como resultado de una elaboración colectiva. El tiempo aquí es lógico e incluye el instante de mirar, el tiempo para comprender y el momento de concluir. La perspectiva es siempre global y particular: no hay psicología individual que no sea también  colectiva, nos enseño Freud. Las identificaciones del sujeto no son ajenas a su ser y lo global debe articularse con lo singular de cada uno.

A esta conversación le llamamos la construcción del caso en el trabajo en red. Nos sirve de brújula y al tiempo sostiene nuestro acto, en soledad necesaria (que no aislamiento), pero con el otro. Una conversación que promueva la hospitalidad, el encuentro y se dé el tiempo que hace falta a cada uno, lejos de los ideales burbuja de la salud integral, el bienestar social o la educación universal.

Lo demás es alimentar la pasión de la ignorancia, tan vecina del odio segregador.

José Ramón Ubieto, setiembre 2012

 
* Publicado en: Interabide Garaikidegunea Asociación Educativa. http://interabide.wordpress.com/2012/10/01/construccion-o-pasion-por-la-ignorancia-2/

jueves, 27 de septiembre de 2012

Cuerpos violentados. ¿Por qué se consiente?

LA VANGUARDIA, Tendencias / 27 de septiembre de 2012


Es habitual escuchar relatos de deportistas que se quejan de la presión que sienten para alcanzar el éxito y de cómo deben forzar su cuerpo hasta límites insospechados, un sufrimiento físico y psicológico que sólo el brillo de las medallas parece ocultar.

“No pain, no glory” es un viejo lema que acompaña el esfuerzo como requisito para alcanzar el objetivo, sea éste de elite o de la práctica deportiva común. El problema es cuando el éxito tiene un precio que desborda al sujeto mismo. Muestra entonces su reverso que no es otro que la ferocidad de un imperativo sin límites que pide siempre más. Hace un par de años conocimos el caso de un concursante de sauna, en Finlandia,  que murió al ganar una competición por violentar su cuerpo hasta la muerte.

¿Cómo consiente alguien a una presión extrema? Una respuesta simple sería reducir la causa a la demanda insistente y abusiva del otro (entrenador, familia, sociedad). Sin descartar este factor, la pregunta es por qué el sujeto consentiría a esa coacción durante tanto tiempo.

Hay factores ligados al momento vital (infancia, adolescencia) del deportista y a la fascinación que produce en él la influencia de un tutor poderoso y reconocido como experto o triunfador en ese mismo ámbito.

Pero hay otro factor clave ligado a la significación que tiene hoy el cuerpo para todos nosotros. El psicoanalista Jacques Lacan nos recordaba que el hombre está capturado por la imagen de su cuerpo, lo adora como si fuese su única consistencia. El cuerpo se convierte así en nuestro nuevo partenaire y por eso asistimos a un culto alrededor de ese nuevo ídolo. Hoy la búsqueda de la excelencia pasa por un nuevo coraje que discipline el cuerpo: desde el body building hasta la creciente industria del dopaje y el mercado de remodelado del cuerpo, que alcanza a actores, deportistas, militares y ciudadanos de a pie.
Todas estas estrategias de disciplinar los cuerpos apuntan en la misma dirección: alcanzar una imagen de nosotros mismos aceptable y amable para el otro, lo que incluye también el creciente furor por los tatuajes, tan presentes en los deportistas de élite. La paradoja es que el cuerpo en sí carece de límites y siempre pide “un esfuerzo más”, lo que puede alimentar el sadismo de algunos o llegar al extremo de la muerte como freno final.

 “En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo cualidades y habilidades que se exigen a todo producto de consumo”. Esta afirmación de Bauman explica muy bien esta nueva violencia a la que se ve sometido el cuerpo y el sujeto, que exige convertirse en un producto.





domingo, 2 de septiembre de 2012

La fascinación por el lujo


LA VANGUARDIA, Tendencias, 28 de agosto de 2012

José Ramón Ubieto

La opinión pública rechaza hoy la exhibición del lujo y la opulencia pero no es seguro que el lujo, en sí mismo, sea denostado. Los ideales democráticos y la exaltación del individualismo han sembrado la idea que ese lujo podía estar al alcance de todos, ricos y pobres. La realidad es que para la inmensa mayoría se trata de una satisfacción low cost, en forma de viajes o bienes “pirateados”.
 
Nuestra época se caracteriza por el ansia de un bienestar (algunos atrevidos le llaman felicidad) fundado en el tener y consumir objetos, impensables hace tan sólo unas décadas. La exhibición que de ellos hacen algunos personajes, incluso líderes notables, les otorga poder y seducción y al tiempo alimenta nuestra ilusión de obtenerlos. Omar Pamuk lo ha descrito maravillosamente en “El museo de la inocencia” cuando la burguesía turca quedó fascinada, en los años 50 y 60 por el lujo y el consumo occidental.
 
El ser de nuestro sujeto hipermoderno ya no radica en sus ideales, sino en la satisfacción que obtiene con los objetos que lo rodean y, en primer lugar, con su cuerpo.  Por eso alcanzar la opulencia y exhibir el lujo son dos caras de la misma satisfacción. Mostrarse es intrínseco al lujo y ello ha generado toda una industria alrededor. Desde la publicidad de objetos de lujo hasta las revistas del corazón que no dejan de exhibir el modo de vida de personajes opulentos.  Estamos en crisis pero el kiosco sigue proporcionándonos imágenes paradisiacas de famosos y aristócratas en sus yates o islas exóticas, con casas en las que cualquier objeto indica algo del valor supuesto de su propietario.
 
Ese lujo que unos muestran –obteniendo su recompensa por ello- y que otros observan fascinados, difícilmente puede ocultarse ya que rinde beneficio para todos. Unos lo usan como semblante de ser privilegiado y otros sueñan con acariciarlo. De hecho, mantenerse a una cierta distancia alimenta el deseo de lo que falta.
 
Hoy el tabú se extiende sobre la exhibición pública, especialmente por parte de los líderes políticos y financieros, responsables de una crisis que ha devuelto a la necesidad (estado previo al deseo) a un lugar vital para muchas familias y personas. El sentimiento de estafa y engaño de buena parte de la población hace insostenible la ficción de una vida de lujo cuando cubrir las necesidades básicas empieza a ser ya un lujo para muchos. En este cambio de discurso no es extraño que algunos se sorprendan de las críticas recibidas por su opulencia ya que para ellos se trata de mantener su ser de privilegio.