martes, 31 de julio de 2012

Las adolescencias y su red educativa



Conferencia en la Xarxa d’Innovació Pedagògica (julio 2012)
José R. Ubieto


Hubo un tiempo en que hablábamos en singular: el adolescente y su maestro, tutor o padre. Era la época de la modernidad donde el re-ligare del padre hacía de anudamiento entre la cultura y la naturaleza pulsional. En esa época los adolescentes eran educados a partir de cierto estándar y su red educativa era muy restringida, nada que ver con la complejidad de los que intervenimos actualmente.
 

Una de las figuras notables de esa época fue el aprendiz, pieza clave en el proceso de industrialización y en la creación de riqueza y capital social en el siglo pasado. Una figura coincidente con el momento vital decisivo del púber. Su quehacer constituía un rito de paso a la adultez. Los chicos y chicas que se iniciaban en ese proceso terminaban por encontrar – en la mayoría de los casos- un lugar donde insertarse socialmente, a partir del oficio que habían aprendido. Se hacían personas al tiempo que profesionales.
 

Ofrecía una fórmula para salir del túnel freudiano, aquel que el sujeto horada en una doble dirección simultáneamente. Por una parte ese rito de paso los situaba en relación a las normas sociales que regían la vida adulta, les mostraba las obligaciones y derechos y les enseñaba estrategias de lo que ahora diríamos “circulación social”, cómo estar en el mundo en el que vivían. Pero, al mismo tiempo, ese aprendizaje les ayudaba a regular lo pulsional, las nuevas “necesidades” de un cuerpo adolescente exigente que pide actividad, cambios constantes y para lo cual la rutina de lo laboral aportaba cierta regulación. Por supuesto no se trataba de soluciones mágicas y ese efecto “terapéutico” de la disciplina se revelaba insuficiente, por lo que no faltaban tampoco entonces los pluses “extra-laborales” (borracheras, peleas, errancias) que se desarrollaban paralelamente.

Recordar esta figura histórica nos interesa, no por un ejercicio nostálgico, sino para constatar que la operatividad de este proceso de acompañamiento del adolescente en la modernidad (Van Gennep) estaba en que se trataba de un modelo de:
1.    separación de lo familiar (aprendizaje tutelado por otros maestros)
2.    que suponía ciertos riesgos para el aprendiz (esfuerzo, incertidumbre, violencia)
3.    pero que partía de una promesa, cumplida en muchos casos, de una nueva identidad social adulta con todo lo que eso suponía (ingresos, familia, estatus).
 

Ahora vivimos en la hipermodernidad, donde las penas y desventuras de los jóvenes son algo diferentes. Si bien hay también algunas constantes ya que sus necesidades (aprietos) no son tan diferentes, aunque las respuestas y los objetos a su alcance toman formas diferentes.

La primera pregunta que podemos hacernos es: ¿Cómo pensar hoy esa separación de lo familiar?
 

Separarse de lo familiar es una obligación de todo adolescente. Debe perforar el saber de los padres, saber ya caduco e incapaz de dar cuenta de su nueva realidad, y el modo de relación con la satisfacción, hasta ahora centrada en los objetos infantiles. El real sexual que se despierta vuelve inútiles esos objetos. El adolescente debe separarse de lo infantil, renunciar al autoerotismo de la fantasía para encontrar un nuevo objeto en el exterior. Pasar de ser un objeto deseado a un sujeto deseante con lo que eso implica de pérdida narcisista, tanto para el niño como para sus padres.
 

Uno de sus primeros descubrimientos es que hay una novedad a su alcance: la relación sexual con un partenaire extrafamiliar (Lacan). No le cuesta mucho descubrir que en realidad esa relación es imposible ya que no tiene el manual de instrucciones ni tampoco conoce a nadie que lo tenga, aunque algún colega pueda hacerle pensar que sí. Kant señaló, en su Pedagogía, que educar y gobernar eran tareas imposibles, a lo que Freud añadió la tarea de curar. Imposible, en términos freudianos y recurriendo a la lógica, quiere decir que son tareas sin cálculo exacto ni proporción fija entre acto y consecuencia. Son tareas que suponen siempre el hecho de arriesgar en el acto (clínico, educativo o político) sin que sea posible el recurso al manual de instrucciones.
 

La vivencia de esa imposibilidad varía según género, ellos se agobian pronto con el compromiso y ellas dudan de si han elegido al adecuado. Ninguno sabe bien cómo hacer ahora con esa diferencia radical chico-chica.
Esta novedad interfiere, qué duda cabe, en el progreso de los aprendizajes y hace que el trabajo de perforación a veces se centre de manera exclusiva en una de las salidas, la de la identidad sexual, dejando de lado la del saber.

¿Cómo hacen ese trabajo los adolescentes?
 

Los recursos que los adolescentes tienen hoy para construir esa nueva identidad son variados. Por un lado están los que ya conocen de su época infantil y que ahora ponen al día con nuevos objetos: succionan líquidos (birras, chupitos), chupan cigarros (petas, porros), vomitan la comida u otras cosas, gritan como bebes, saltan como niños en bici o moto y pasan horas toqueteando mandos y clavados a las pantallas o ensucian las paredes con grafitis. Es una fórmula habitual y que ellos conocen bien porque la aprendieron precozmente.
 

El segundo recurso más utilizado son el uso de las imágenes pret à porter a las que se alienan en masa y con las que tratan de construirse un cuerpo que sea habitable por ellos. Desde el corte del pelo hasta las marcas de ropa, pasando por los tatuajes y piercings y el estilo sexy como recurso de identificación imaginaria. Las dietas y el deporte son formulas que responden a esta idea de la unidad imaginaria.
 

El tercer recurso tiene que ver con el uso de la palabra y de los instrumentos simbólicos a su alcance. Para la inmensa mayoría los móviles y las redes sociales (Facebook) son una forma de conversación virtual para compartir y sobre todo para verificar su lugar en lo social. Saber si tienen amigos, si son populares, aceptados o rechazados. Para algunos (menos) hay otros recursos de carácter sublimatorio que van desde el trazo mínimo de una firma grafitera (tag) hasta la sofisticación de una creación artística (música, pintura, cine) pasando por los clásicos diarios, ahora substituidos por el muro.

No hay adolescente sin el Otro: buscar la inscripción
 

Todo este trabajo no lo hacen solos  y cuando es así hay otros problemas más graves. No hay adolescente sin el Otro, por tanto se trata, para cada uno, de lograr inscribirse en ese Otro aunque sea de forma fallida y en idas y venidas constantes.
 

Esa inscripción implica logra pasar del presentimiento inicial de tener un proyecto en la vida  a lograr realizarlo y encontrar la salida del túnel. Hablamos de presentimiento, más que de una idea concreta y precisa, y es muy importante, en nuestra conversación con ellos, localizar ese presentimiento, aquello que está por venir y sin lo cual nos quedamos en un No future muy problemático. Ese presentimiento a veces es como la imagen difusa de una radiografía donde vemos algunos detalles básicos (huesos) pero alrededor hay una mancha gris/negra que evoca esa mezcla de vacío (significaciones) y mancha (goce). Entre el vacío y la mancha se juega para el adolescente este tránsito.
 

Lograr esa inscripción, ser reconocido por el otro, no es fácil porque no se trata ya de una posición pasiva en la que el otro (familia, maestros, sociedad) les de su aprobación (como ocurría en su infancia) sino que deben ser reconocidos por ellos mismos, en su singularidad. Por eso insisten en el respeto que piden al adulto, y que no requiere que ellos lo tengan por él. El respeto que piden es el respeto a lo suyo. El problema es que en realidad no saben todavía que es lo suyo y por eso piden un cheque en blanco.
 

Para saberlo funcionan en base al actuar, con la diferencia que una acción no es siempre un  acto. El mero hacer no implica hacerse cargo de las consecuencias, cosa que un verdadero acto siempre requiere. Ellos investigan, exploran nuevos territorios (consumos, pareja, relación adultos) pero no siempre se hacen responsables de las consecuencias de esa exploración (parejas dejadas, riesgo consumos, transgresiones adultos).
 

Además cuando no se sabe qué acto hacer, se ensayan todas las acciones posibles en una pseudoseparación con la ayuda de un objeto. Provocar al otro es un ejercicio básico (y doloroso) de separación que trata de encontrar una nueva lengua, diferente a la que usaban cuando eran hablados por el deseo del otro. Ahora confrontan su lengua balbuciente con la común, como recurso habitual para “sentirse real” (Winnicott), para saber que están viviendo con intensidad. De allí el uso habitual de expresiones sacadas de películas de acción y el gusto por todos los programas (series desenfadadas, monólogos, letras de rap) donde la lengua se muestra desafiante.
 

En ese esfuerzo se ayudan de la regresión de lo pregenital y de la fiesta permanente del consumo no separador. En algunos casos particulares, las bandas, son una solución para hacer juntos el recorrido. Separación y dependencia van así de la mano.
 

A veces vemos algunos adolescentes que prefieren, ante la presión externa e interna, mantenerse en una posición de “retrasado” y horadar únicamente la vía del saber, dejando aparcada la salida sexual.
En cualquier caso alcanzar esta inscripción, que implica ir más allá de la identificación infantil al adulto y también de la identificación al síntoma del otro (pares), es siempre complicada y produce síntomas variados. Salir del túnel requiere una decisión del adolescente (nosotros no podemos hacerlo por ellos) para hacer de esta Krisis –momento de decisión, juicio- una condición del sujeto. Por eso, frente a ese reto, se aísla en su guarida (habitación plena de gadgets), refugiándose en un “yo no sé” y mostrando la imposibilidad ante la tensión entre lo estático (seguir así) y la apertura a lo posible pero incierto.
 

Un cierto exilio, en términos de Philipe Lacadée, un encuentro con el vacío de significación (exilio de la lengua del otro) y una posible identificación al vacio/nada es inevitable. Hoy, además, el adolescente es un autoengendrado, criado en la lógica del do it yourself  y eso los vuelve artesanos del sentido de la existencia.
Salir del túnel es conseguirse una formula por medio de la cual vincularse al otro sexo y al tiempo realizar un proyecto personal. Para ello hay que hacer un duelo por la infancia y por los ideales de felicidad gracias a la elaboración de una enunciación propia e inédita donde alojarse. Cada encuentro con una pareja –pero también con su proyecto (estudio, trabajo)- produce un duelo y un deseo a renovar. De ahí que los amores que  valen son los amores que terminan.

Vista la tarea del adolescente actual, la segunda pregunta: ¿Qué papel jugamos nosotros, para qué nos necesitan? 

En la modernidad, la vida era corta y lo importante era la familia, ahora que se alarga cuenta más el individuo y la familia se pone a su servicio. Antes el rito tramitaba el pasaje para mantener la tradición a la que el adolescente se incorporaba. Eso ya de por sí justificaba el rol de iniciador del adulto.  Lo ejemplar iniciático proponía una repetición y modelado del padre fundador. Aquí los aprendices recibían el legado de los maestros a los que iban a  suceder, se trataba de conservar la tradición.
Hoy, esa garantía que el padre hacía suya ya no funciona y la confianza no viene de suyo. Lo que viene en el lugar de ese padre líquido es una pluralización de figuras educativas, terapéuticas, familiares. Ya no se educa a un adolescente en solitario porque, además de esas referencias adultas, hay un competidor hostil que es el mercado que no cesa de ofrecer mensajes y estímulos.
 

Por eso la posición de los adultos es más que nunca clave en la salida de ese túnel que el adolescente perfora. Nosotros como adultos de proximidad, maestros, padres, psicólogos, trabajadores sociales, tenemos un par de obligaciones:
  1. debemos tomarnos en serio el valor de enunciación particular de la palabra del adolescente, la singularidad de su “serpenteo” (Pierce): ese trabajo del presentimiento al acto
  2. al mismo tiempo, hacer el duelo del valor libidinal que tenían en tanto  hijos o alumnos para nuestro narcisismo,  que a partir de entonces deberemos alojar en otro lugar.
Ya no seremos más el profesor querido, el padre amado o el profesional admirado que fuimos hasta entonces. Ahora nuestro rol se cuestionará desde el principio y a  veces con toda la crudeza posible, dejaremos de merecer el respeto por nuestras insignias y tendremos que re-conquistarlo por otros medios.
 

Los maestros cumplen una función básica porque con su buen hacer permiten verificar –en su encuentro con el adolescente- el alcance de su interés por su deseo (presentimiento). Le ayudan a captar, con idas y venidas, su apuesta por encontrar la salida y no quedarse a repetir el destino de los padres, a veces funesto. Si el maestro desfallece en su deseo y abandona, puede hacer imposible el acceso al saber del adolescente. El maestro le permite al adolescente hacer con un padre, tal como nos recordaba Freud en sus escritos sobre adolescentes:
La escuela secundaria, empero, ha de cumplir algo más que abstenerse simplemente de impulsar a los jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de vivir y ofrecerles apoyo y asidero en un período de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo los obligan a soltar sus vínculos con el hogar paterno y con la familia. Me parece indudable que la educación secundaria no cumple tal misión y que en múltiples sentidos queda muy a la zaga de constituir un sucedáneo para la familia y despertar el interés por la existencia en el gran mundo. No es esta la ocasión de plantear la crítica de la educación secundaria en su estado actual; séame permitido, sin embargo, destacar un único factor. La escuela nunca debe olvidar que trata con individuos todavía inmaduros, a los cuales no se puede negar el derecho de detenerse en determinadas fases evolutivas, por ingratas que éstas sean. No pretenderá arrogarse la inexorabilidad de la existencia; no querrá ser más que un jugar a la vida
Freud, S. “Contribución al suicidio” (1914)

La dificultad de este acompañamiento es que radica en una paradoja: para separarse (volver a nacer) hay que ejercer un rechazo, que en realidad esconde una tentativa de alojarse en ese Otro y encontrar un uso posible que funcione como límite, para no tener que recurrir a otras modalidades de límite autodestructivas. Deben reconstruir un Otro donde alojarse haciendo suya la pérdida. La paradoja es que hoy deben separarse de un otro social omnipresente que no para de incitarlos a gozar sin límite.
 

Este trabajo de “tratar al otro” implica manejarse con dos objetos que les ocupan mucho tiempo y les producen satisfacción pero también inquietud: la voz y la mirada.
Sabemos que, junto al goce de las pantallas, hay también el sentimiento de ser interpelados por ese otro que los mira desde un ideal al que ellos no llegan y que se les vuelve insoportable y alimentador de su propio odio al no velar ya el objeto. No encuentran las palabras para responder a sus deberes ni el semblante adecuado para mirarnos.
 

Debemos en este trabajo de acompañamiento huir de la nostalgia o la desilusión. Nos conviene otra fórmula: partir de este real en juego para ayudarles con las soluciones a inventar que no serán adaptativas ni estándares. En este encuentro del adolescente con lo real puede surgir el síntoma, como una disfunción, algo que va mal en sus vidas. Es allí donde se abre la posibilidad de un enigma que los lleve a buscar otras ayudas, de tipo terapéutico. Cuando esa pregunta no se plantea, el problema es que ellos quedan fijados a ese goce regresivo y a una posición melancólica, identificados a un objeto caído, patente en las tentativas autolíticas.

Algunas ideas sobre el hacer que la experiencia nos enseña
 

En la actualidad  parecen dibujarse dos vías de abordaje de estos malestares. Por una parte renunciar a escuchar al sujeto, cerrándoles la boca con el abuso de la medicación y el mal uso de los protocolos. No deja de ser una manera de dejarlos solos frente a su dolor, generadora de odio porque transforma la mirada inquisitiva en una nominación degradante, vía la etiqueta diagnostica o el insulto (escoria).
Parece evidente que así no conseguiremos su respeto, abandonándolos sin transmitirles los medios de saber y de circulación social. Hoy es un hecho que están más solos que antes, con su ventana virtual ante la fragilidad del saber que ya no provoca tanto el deseo de ver la vida de otra manera.
 

La otra forma, a cultivar, es tomar en cuenta ese malestar de inicio y, sin olvidar que nuestro trabajo consiste en ayudarles a salir del túnel, encontrar la fórmula que conjuga el acompañamiento y la exigencia. Eso implica acompañarles, estar a su lado, renunciando a comprenderlos porque ellos no quieren y además les irrita ya que ellos mismos no saben de sí. Incluso diríamos más: para comprenderse, el adolescente debe sustraerse de la comprensión del Otro.
 

Nosotros debemos tomar, más bien, una cierta posición de no saber, de no suponer de entrada todas las explicaciones y estar abiertos a la sorpresa que cada uno lleva y porque sólo el mestizaje de lo viejo que heredan y lo nuevo que aportan será productivo.
 

El segundo ingrediente de la fórmula propuesta en su día por el filósofo Alain, la exigencia, implica no ceder ante la apatía, reclamar el esfuerzo y ayudarles a crear una lengua nueva que incorpore la herencia y diga, traducido, su malestar.  Ayudarles a transformar su malestar en una pregunta productiva, a establecer una perspectiva desde donde mirarse en ese trayecto del presentimiento a la realización que no les devuelva una mancha opaca.
Darles un Sí, mostrando nuestro deseo como educadores, arriesgando nuestra decisión, más allá de los protocolos establecidos, abre la posibilidad que ellos escuchen un No frente a las derivas de su goce mortífero (drogas, peleas, abandonos). Sin acoger el malestar no hay credibilidad ni obediencia ya que todas las soluciones les resultan falsas. Y cuando esa obediencia se consigue por la vía falsa es siempre para lo peor, como demuestra el caso de las Juventudes hitlerianas, fallida y trágica fórmula de encauzar la violencia juvenil en un programa de exterminio.

La hospitalidad, acoger el malestar, y el encuentro –tratarlo con otros- son dos orientaciones claves junto a la tercera: dar (se) el tiempo que hace falta para esas trayectorias vitales.
Nuestro trabajo tiene siempre una dimensión de acto individual, sea éste educativo, social o clínico, y por ello insustituible. En cierto modo, aún trabajando en equipo, cada uno está solo en ese acto. Pero para que esa soledad necesaria no se transforme en un aislamiento, hace falta favorecer el encuentro con los otros profesionales del equipo y de las otras disciplinas.
 

El trabajo en red es una modalidad de trabajo cooperativo que nos proporciona beneficios diversos: calidad asistencial, conocimiento del caso y de la realidad, cooperación de los servicios, sinergias institucionales, calmante de la angustia inherente a la contaminación subjetiva. Es una modalidad de tratar a ese Otro del niño y el adolescente que evite tanto la completitud asfixiante como la fragmentación abandónica (Ubieto).
Permite redimensionar las situaciones (espectacularidad-gravedad), captar lo esencial (conflicto-problema), darse el tiempo necesario (error-vacilación) y orientar la intervención a partir del vínculo transferencial que alcanza para soportar la soledad del sujeto hipermoderno.
 

Winnicott en un breve escrito de 1964 a propósito de los jóvenes pandilleros que alarmaban a la ciudadanía inglesa, concluía con estas palabras: “Hoy en día desearíamos más bien que “la juventud durmiese” desde los 12 hasta los 20 –parafraseando el cuento de invierno de Shakespeare- pero la juventud no dormirá. La tarea permanente de la sociedad, con respecto a los jóvenes, es sostenerlos y contenerlos, evitando a la vez la solución falsa y esa indignación moral nacida de la envidia del vigor y la frescura juveniles. El potencial infinito es el bien preciado y fugaz de la juventud; provoca la envidia del adulto, que está descubriendo en su propia vida las limitaciones de la realidad”.

Para concluir: acompañar las adolescencias hoy ya no es posible, pues, sin la pluralización de esa red educativa en la que todos tenemos algo que aportar siempre que tengamos claro que los adolescentes no tienen solución. Y no la tienen porque no son un problema, aunque eso sí, plantean cuestiones para las que no siempre encuentran ellos ni tenemos nosotros la respuesta. Por eso no nos queda otra que ayudarles a inventar respuestas ad hoc, a cada uno la suya.


Referencias
Aduriz, F. (coord.) (2012). Adolescencias por venir. Madrid: Gredos
Alain (Émile Chartier) (1967) Propos sur l’éducation. Paris: PUF
Freud, S. (1981) «Tres ensayos de Teoría sexual», Obras completas, vol. 2, Madrid: Biblioteca Nueva.
Freud, S. (1972) «Contribuciones al Simposio sobre el suicidio», Obras completas, vol. 5, Madrid: Biblioteca Nueva.
Lacan, J. (2001). “Prefacio a El despertar de la primavera” en Otros escritos. Buenos Aires: Paidos.
Lacadée, Ph. (2010). El despertar y el exilio, Barcelona: Gredos.
Van Gennep, A. (2008). Los ritos de paso, Madrid: Alianza.
Ubieto, J.R. (2009). El trabajo en red. Usos posibles en educación, salud mental y atención social, Barcelona: Gedisa.
Ubieto, J.R. (2012). La construcción del caso en el trabajo en red. Teoría y práctica, Barcelona: EdiUOC.
Winicott, D. (1964). “La juventud no dormirá” en Obras Completas. Consultable online: http://www.psicomundo.org/winnicott/winnicott.htm


martes, 17 de julio de 2012

El valor del ejemplo



La Vanguardia, Tendencias, lunes 16 de Julio de 2012


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

Los adultos llevamos ya un tiempo navegando entre conceptos económicos para entender la crisis, acontecimiento traumático que nos exige buscar significaciones a ese real (sin sentido) que ha surgido bruscamente, provocando nuestra perplejidad. Lo siguiente, identificados los culpables, es buscar una salida a la nueva realidad y eso implica revisar los valores, las prioridades entre lo importante y lo prescindible. Rescatar los valores para regenerar lo que se ha vuelto inmundo en el panorama actual: la escasa credibilidad y la ausencia escandalosa de referencias éticas de los líderes. Los elogios al triunfo de la Roja no han escatimado alusiones morales: generosidad, esfuerzo, solidaridad.

¿Cómo viven los niños y adolescentes esta crisis, ellos que apenas usan términos como Ibex o prima de riesgo pero que siguen atentos a famosos y deportistas? Sus indicadores son otros: el malhumor o la angustia de los padres, la irritabilidad de sus maestros, el cansancio de los adultos que les rodean, los gestos y palabras de sus ídolos. Para ellos la clave interpretativa, ahora y en los próximos años, no son los discursos bienintencionados y la evocación de los valores. Lo que funcionará como explicación auténtica será el ejemplo vivido, en su entorno más próximo y en la sociedad en su conjunto.

Las dificultades recientes de algunos líderes para asumir las consecuencias de sus dichos y actos, enredándose en eufemismos, o las contradicciones entre los valores que deportistas y famosos enarbolan y sus actos posteriores, nos dan pistas para el futuro.

Nadie mejor que los adolescentes para captar la diferencia entre el dicho y el decir, entre la intención y la consecuencia. El clásico “no me ralles” como respuesta de rechazo a la interpelación que les hacemos, no siempre debe traducirse por un “¡déjame en paz!”. A veces es el “no” que precede al “sí quiero”, que no pueden formular de entrada. También al revés podemos ver como el “haré lo que me pides” puede ocultar un “¡paso de ti!”

Los mismos adultos funcionamos con esta dualidad: ¿cuántos padres, que se lamentan porque sus hijos no leen ni se interesan por los estudios, muestran ellos mismos un evidente desprecio por el saber? Los hijos saben “leer”, en los dichos paternos, si hay un deseo decidido de sus progenitores por lo que dicen querer. A veces el ejemplo real desmiente el dicho bienintencionado, que no se hace cargo de las consecuencias de su decir.

“Lo que tú haces sabe lo que eres”, frase de Jacques Lacan que nos recuerda la pasta de la que estamos hechos, más compleja y espesa que las palabras que usamos. Para inculcar el hábito de la lectura, un maestro debe mostrar su deseo en acto, igual que para ser solidarios no basta tener buenas intenciones, hay que practicar el encuentro con el otro. Ese es el valor de los testimonios que nos conmueven realmente, como el reciente de Donna Williams (Alguien en algún lugar, N.e.ed,) sobre su victoria contra el autismo, que nos enseña de manera ejemplar la relación auténtica entre el ser y sus actos.

¿No deberíamos hacer lo mismo con nuestros líderes y referentes? ¿Pedirles que practiquen sus valores mediante el ejemplo, ya que se trata de adultos que, a diferencia del adolescente que aún explora su nuevo mundo, conocen bien la diferencia entre la intención y las consecuencias del acto? Sólo así merecerán nuestro respeto y recobrarán la confianza de las generaciones más jóvenes.

lunes, 2 de julio de 2012

Rostros con máscara


LA VANGUARDIA, Cultura / miércoles, 27 de junio de 2012

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

El futbol y los deportes de masa son un espectáculo, un muestrario de rostros, cuerpos, sentimientos, símbolos, pasión, voces corales, succiones, fluidos, expulsiones y explosiones. En fin, una orgía pulsional, ocasión excepcional para captar en público las “intimidades” del sujeto contemporáneo en todos sus registros, del solido al liquido pasando por el gaseoso.

El rostro, como máscara de la persona, forma parte ya de este espectáculo desde las fiestas dionisiacas, donde su uso hacía resonar la voz del actor. Fue más tarde André Gide quien nos recordó que la máscara siempre es autentica y que no oculta ninguna ficción porque su secreto es que debajo no hay nada, que “todos debemos representar”. Antes, Baltasar Gracián en su dialogo cortesano (El Discreto) señalaba eso de “a pocas palabras buen entendedor” y añadía “y no sólo a palabras, al semblante, que es la puerta del alma sobrescrito del corazón”.

La bandera nacional, pintada en el rostro como máscara, tiene la doble función de mostrar ese símbolo del ideal patrio, y al tiempo velar que detrás de cada bandera hay un vacio muy particular, que ninguna enseña podrá nunca enmascarar ni representar por completo.

Cada uno de los “abanderados” ofrece su rostro a sabiendas que decenas de cámaras lo darán a ver a millones de ojos atentos y que por un instante fugaz será el objeto mirado. Ahí radica la satisfacción principal, en el juego mirar – ser mirado. La bandera añade un plus a otros objetos (pancartas, bufandas, camisetas), como símbolo colectivo: difumina el rostro particular, envuelve lo singular en un gesto universal. En cierto modo la pintura “crea” el rostro y le confiere su ser social (Lévi-Strauss). Como toda pantalla, refleja y oculta.

A la mirada se une, en esta escena tribal, la voz que la acompaña y cuyas resonancias y derivas conocemos bien. Muchas veces destacan la excelencia de lo propio, lo mejor del grupo, pero a veces dan rienda suelta a las pasiones del odio y la ignorancia, donde el otro ejerce de chivo expiatorio. No por casualidad la voz ha sido privilegiada en los regímenes totalitarios.

La satisfacción de exhibir los símbolos colectivos y mostrarse, participando en los cánticos y rituales deportivos, no es evidentemente un índice de fanatismo por sí misma, pero para algunos puede convertirse en un problema cuando, al apagarse las luces del espectáculo, no soporten la imagen, más vacía y silenciosa, que les devuelve el espejo de su realidad particular.

martes, 26 de junio de 2012

NUEVOS PARADIGMAS EN LA RELACION ASISTENCIAL



José Ramón Ubieto




Papeles del Psicólogo, 2012. Vol. 33(2), pp. 101-108 http://www.papelesdelpsicologo.es/

La coyuntura actual, marcada por una fuerte crisis del sistema, económica pero sobre todo crisis de confianza que abarca todos los ámbitos (política, finanzas, convivencia social), ha exacerbado la emergencia de nuevos paradigmas en la relación asistencial.
No se trata de una novedad, fruto de la situación actual, ya que el proceso de transformación de la relación asistencial en los diferentes ámbitos (clínico, social, educativo) viene de antiguo, pero la crisis actual lo ha desvelado de una manera más cruda.
El modelo de la modernidad, en el campo de la salud, pasaba por la relación privilegiada entre el paciente y el clínico definido como especialista de la salud: médico, psiquiatra, psicólogo. Era un encuentro fundado en una autoridad absoluta del profesional en lo referente al tratamiento del malestar, autoridad que reposaba en una suposición del paciente sobre su saber. De esa suposición se derivaba la confianza de unos y el secreto profesional del otro como parte intrínseca de ese dialogo privado e intimo.


La postmodernidad agudiza algunas de las contradicciones y paradojas ya incluidas en el propio programa ilustrado. Una de ellas deriva de la consideración de los derechos del individuo como valor princeps, lo cual mina esa autoridad, hasta entonces absoluta, del profesional, que ya no alcanza para hacerse cargo en exclusiva del tratamiento del malestar. Su saber se relativiza y se pone en tensión con otros saberes en juego: la psicología primero, pero también la educación y lo social, y es por eso que el ideal de salud se entiende, a partir de entonces, en los tres registros: biopsicosocial. Ideal que se asemeja más a un multiculturalismo profesional que a un enfoque suficientemente fundamentado (Gabbard y Kay, 2002).

Un nuevo paradigma en la relación asistencial

Finalizada la primera década de este Siglo XXI podemos decir que esa tendencia “individualista”, junto a las falsas promesas del cientificismo, constituyen la base más firme de la nueva relación asistencial cuyas características y consecuencias podemos ya vislumbrar con claridad.

Un primer rasgo evidente es la desconfianza del sujeto (paciente, usuario, alumno) hacia el profesional al que cada vez le supone menos un saber sobre lo que le ocurre (y por eso se ha institucionalizado la segunda opinión) y del que cada vez teme más se convierta en un elemento de control y no de ayuda. Las cifras actuales sobre las manifestaciones de protesta subjetiva a las propuestas médicas, que incluyen el boicot terapéutico (rechazo de lo prescrito), la falta de adherencia al tratamiento o los episodios de violencia en centros sanitarios o sociales son un claro signo de esta pérdida de la confianza en la relación asistencial (Serra, 2010). Sin olvidar fenómenos de fraude o engaño, por parte de una minoría de pacientes, que se oponen así, obteniendo un beneficio secundario, a la imposición de una lógica de control, tendencia en aumento en la relación asistencial.

Un segundo rasgo lo encontramos en la posición defensiva de los propios profesionales que hacen uso, de manera creciente, de procedimientos preventivos ante posibles amenazas o denuncias de sus pacientes. El miedo se constituye así en un resorte clave que condiciona la práctica asistencial y cuyas consecuencias, como veremos a continuación, no son banales.

El tercer rasgo nos muestra una de esas consecuencias: la pérdida de calidad y cantidad del vínculo clínico-paciente. Ese dialogo al que nos referíamos antes, basado en la escucha de la singularidad de cada caso, y que requería un encuentro cara a cara, con cierta constancia y regularidad, se ha transformado en un encuentro, cada vez más fugaz, de corta duración y siempre con la mediación de alguna tecnología (pruebas, ordenador, prescripción). El estilo “asistencial” que describe Berger, a propósito del médico rural John Sasall (“Un hombre afortunado”, Alfaguara)., queda ya como una reliquia si lo comparamos con el protocolo actual de visita en la atención primaria, en la que el médico presta más atención a los requerimientos del aplicativo informático que a la escucha del propio paciente, al que apenas mira.

El cuarto rasgo, correlativo del anterior, es el aumento notable de la burocracia en los procedimientos asistenciales. La cantidad de informes, cuestionarios, aplicativos, que un  especialista psi debe rellenar superan ya el tiempo dedicado a la relación asistencial propiamente dicha. Y todo ello sin que el beneficio de esos procedimientos esté asegurado, como veremos más adelante.

Estas características configuran una nueva realidad marcada por una pérdida notable de la autoridad del profesional, derivada de la sustitución de su juicio propio (elemento clave en su praxis) en detrimento del protocolo monitorizado, una reducción del sujeto atendido a un elemento sin propiedades específicas (homogéneo), y que responde con el rechazo ya mencionado (boicot y violencia), y una serie de efectos en los propios profesionales diversos y graves: burn- out, episodios depresivos recurrentes, mala praxis (Soares, 2010).

Autoridad debe entenderse aquí a partir de su etimología (auctoritas) que deriva de autor, aquel que es capaz de invención, de entendimiento y resolución de problemas, no el que basa su acto en el ejercicio del poder (potestas).



martes, 19 de junio de 2012

Padres al sol*


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista


Un dato novedoso del impacto de la crisis es que los más afectados, junto a los niños, son hombres jóvenes y de mediana edad con hijos a cargo. “Hombres al sol” que enfrentan un futuro incierto, a veces con respuestas –en aumento- de carácter violento y/o depresivas importantes, que pueden llegar en algunos casos al suicidio. En la clínica privada y pública constatamos también el incremento, en los últimos meses, de las consultas de estos sujetos inestables, carentes de la salud que Freud atribuía a la “capacidad de amar y trabajar”.

Françoise Sagan, en sus novelas Adiós tristeza y Una cierta sonrisa  (mediados de los 50’s) ya anunciaba este declive de lo viril y su reemplazo por una nueva masculinidad basada en la igualdad hombre – mujer. ¿Cómo caminar entonces hacia ese horizonte unisex? Una vía, elegida por muchos hombres, es la del ideal de una nueva paternidad que se ofrece como el buque insignia de las transformaciones de la masculinidad. Se presenta, además, como la “solución” a la guerra de los sexos ya que aquí sí hay una armonía (libre de violencia y competencia) que contrarresta la desigualdad de género. No en vano la crisis de la masculinidad va pareja con el declive de la imagen social del padre, avanzada por Jacques Lacan (1938).

Se trata de una paternidad igualitaria, distinta de la tradicional, donde los hombres “comparten el polvo” (lema de la campaña de igualdad que en 1998 promovió la Diputación provincial de Córdoba) y eso incluye también el trabajo domestico y la crianza. Este “hombre nuevo” debe hacer el duelo por la pérdida de la autoridad tradicional y obtener su nueva ganancia a través de los afectos y el cuidado de los hijos. Los datos que los sociólogos nos ofrecen no desmienten esta estrategia pero matizan el alcance real de ese ideal y en la consulta no escasean los casos de padres “agobiados” y desorientados ante este reto.

La crisis actual, con la pérdida de su rol de sustentadores principales de la familia, que en poco tiempo ha pasado del 85% al 50%, abre diversos interrogantes: ¿Cómo ejercer ese nuevo rol masculino y paterno cuando los varones pierden su principal activo, el trabajo y los beneficios obtenidos? ¿Se trata, para recuperarles, simplemente de entrenarles en habilidades y competencias parentales para reinventar su rol y elaborar el duelo de este renovado Adiós al macho? ¿La parentalidad positiva, promovida por la UE, subsume la relación de pareja? ¿Estas nuevas reglas familiares son sólo un asunto privado, a dilucidar entre hombre y mujer?

Cada uno es, sin duda, responsable de sus actos pero las cartas con las que juega la partida de su vida condicionan sus factores de riesgo y protección. Por eso liquidar las formas de solidaridad colectiva, como es el modelo del estado del bienestar, no será sin consecuencias.

Recurrir a la violencia, contra sí mismo o contra la pareja o los hijos es una de ellas. La violencia retorna como salida fallida a una crisis personal, familiar o social. Su aumento es un síntoma que contiene un mensaje al que no podemos ser sordos salvo que queramos condenarnos a su repetición ciega y mortífera.

*Publicado al diario La Vanguardia, Tendencias, miercoles 20 de Junio de 2012

jueves, 14 de junio de 2012

 XARXA D'INNOVACIÓ PEDAGÒGICA


Us convida a la

CONFERÈNCIA COL•LOQUI AMB JOSÉ RAMÓN UBIETO 

"LES ADOLESCÈNCIES D'AVUI I LA SEVA XARXA EDUCATIVA" 

6 de juliol a les 20.00 h. 

Hotel NH Constanza, Sala Barcelona carrer Deu i Mata 69-99, Barcelona. 

AFORAMENT LIMITAT, confirmar assistència:  secretaria@laxip.cat

viernes, 8 de junio de 2012

Temps de crisi, temps de reptes


Diàlegs universitaris Blanquerna

Sota el títol Temps de crisi, temps de reptes la Facultat de Psicologia, Ciències de l’Educació i de l’Esport Blanquerna-URL, va organitzar el passat dia 12 i 17 d’abril els ‘13ns Diàlegs universitaris. El primer, i sota el títol  Crisi i subjecte: impactes i respostes de l’individu” va tenier com a ponents José R. Ramón Ubieto, psicòleg clínic, professor de la Universitat Oberta de Catalunya i col•laborador habitual de La Vanguardia, i el Dr. Lluís Font, exdirector general de Blanquerna-URL i secretari de Polítiques Educatives del Departament d’Ensenyament de la Generalitat. Va moderar el diàleg el Dr. Josep Maria Vila. A continuació un resum de la intervenció de José R. Ubieto


Josep Maria Vila: Als països occidentals, l’actual conjuntura de crisi econòmica i financera té conseqüències socials, polítiques i individuals molt rellevants. La incertesa, les dificultats per trobar respostes i, sobretot, la profunditat social dels seus efectes, mostra la fragilitat dels governs, l’increment de les desigualtats i l’efervescència d’un malestar profund en forma de moviments ciutadans arreu del món. Què en pensen vostès?

José R. Ubieto.- Aquesta crisi, que ens afecta a tots, no ha estat causada per la crisi econòmica de forma directa. Aquesta crisi del subjecte contemporani ja existia abans però la cojuntura actual l’ha fet més visible. Està molt lligada a una manera d’estar al món molt individualista, amb una cerca de la satisfacció a partir d’un mateix evitant l’encontre amb l’altre. I ara ha esdevingut molt més crítica. Potser un signe que ens feia pensar ja fa uns anys que la cosa no anava bé és el qüestionament de l’estat del benestar, que és una idea d’una certa solidaritat, d’afrontar els reptes que té la societat (pobresa, violència, precarietat...) a partir d’un compromís col•lectiu i de redistribució de la riquesa; però quan aquest binomi col•lectiu-individual comença a dissociar-se i pensem que l’individu s’ha de fer l’amo de la seva vida, comencem a entrar en una situació de risc.

Josep Maria Vila: En què es tradueix això?
José R. Ubieto: Hi ha una sèrie de coses que afecten a l’individu i a les famílies. La primera, la més notable, és la pèrdua de la confiança; la confiança és un factor bàsic d’un subjecte, de l’estima de si mateix i també de la convivència. La desconfiança és un actiu tòxic: la desconfiança en els líders polítics, financers, religiosos... Tots estan sotmesos a aquesta desconfiança. Però, a part d’aquesta desconfiança cap als líders, hi ha un factor que us afecta a tots vosaltres, estudiants, molt directament, que és la pèrdua en la confiança en el progrés generacional.  Una generació sempre ha pogut superar l’anterior, ha pogut viure amb més comoditat, amb més projecció però segurament ara hem arribat a un punt en què això ja no és així. La vostra generació probablement tindrà una vida més difícil que la que hem tingut nosaltres, amb menys oportunitats, almenys durant una temporada. Un segon aspecte que voldria destacar és un augment notable de les dependències, de la nostra manera d’estar al món que està marcada per una dependència de molts factors: per exemple una dependència als tòxics, també ha augmentat el consum de cibersexe... Tot això ens està dient que la nostra manera de relacionar-nos amb la realitat cada vegada passa més per aquesta situació de dependència.

Josep Maria Vila: La situació econòmica tampoc permet  massa independència ara entre els joves que volen marxar de casa, per exemple...
José R. Ubieto: Sí, ara ens trobem amb molts joves que havien fet un procés emancipatori i que han de tornar enrera, i no solament joves, si no famílies senceres que han de tornar a casa perquè no poden viure. Aquesta és una pèrdua important perquè vol dir que valors com la privacitat, la intimitat o aquesta mateixa idea de la emancipació ara mateix està en qüestió per moltes persones. Un tercer element és la clínica de la desinserció, és a dir, la situació de  molta gent que ha perdut els vincles, que normalment és un procés: primer es perd el vincle familiar, després el vincle laboral i social i finalment moltes d’aquestes persones acaben al carrer (homeless) amb una situació de gran precarietat. Avui veiem com aquest fenomen està augmentant.

Josep Maria Vila: També ha parlat sovint de la dificultat que hi ara per explicar-nos la realitat.
José R. Ubieto: Sí, observem que hi ha una certa precarietat simbòlica, és a dir, moltes vegades ens manquen les paraules i segurament ens sobren les imatges i els actes. Quan parlem amb joves, sovint veiem com els costa explicar amb paraules allò que els hi està passant perquè la pròpia reflexió està cortocircuitada per altres situacions (sigui per consum, per una situació d’angoixa, etc). I això és correlatiu amb un altre factor que és l’augment de les patologies de l’acte, és a dir, aquelles patologies que estan relacionades amb un acte, un acte que pot ser un consum compulsiu, repetitiu d’un tòxic, una situació d’errància, d’anar pel món sense saber com orientar-se (molts joves sense control parental que estan molt desorientats i comencen a fer aquestes “fugues” de la realitat). Són patologies de l’acte perquè no sempre trobem una subjectivització, una possibilitat d’explicar allò que està passant.


Josep Maria Vila: Ha augmentat les depressions, angoixa, etc?
José R. Ubieto: Nosaltres parlem de les fluctuacions de l’estat d’ànim, estats de depressió-ansietat i, a vegades, fins i tot de pànic. Un índex per copsar aquesta situació és l’augment de la violència als dispositius sanitaris i socials (moltes persones hi arriben en una situació de gran precarietat i no troben una resposta immediata a la seva demanda). Freud deia que la salut psíquica és la capacitat d’estimar i treballar, doncs ara estimar i treballar han esdevingut una tasca complicada, per tant, aquesta inestabilitat de l’individu té molt a veure amb aquesta crisi. Fins i tot ens trobem amb algunes famílies que estan en una situació d’extrema  pobresa amb una afectació als nens, de desprotecció infantil.  Tot això fa augmentar de forma negativa la idea que cadascú es fa d’ell mateix generant-ne una visió molt negativa, d’odi cap a un mateix. El problema és que el tractament d’aquest odi moltes vegades és imputar a l’altre allò que és una dificultat nostra. Un indicador d’aquesta imputació a l’altre és l’augment notable dels actes de violència per part de grups d’extrema, de grups fanàtics.

Josep Maria Vila: La realitat esdevé molt complexa...
José R. Ubieto: La realitat sempre ha estat complexa però ara hi ha dos factors que la fan més difícil: primer, que ja no tenim el llibre blanc, la figura a la qual adreçar-nos per preguntar com es fan les coses (per exemple, fa 40-50 anys, si haguéssim preguntat què és una família, tothom s’hagués rigut, en canvi ara no trobarem dos definicions iguals). Vivim en una època de paradoxes, de pluralitats, la qual cosa no és cap problema però és un règim nou, una situació nova que hem d’abordar de manera diferent.  No hi ha respostes universals. Aquesta és la primera novetat. L’altra novetat és que tota aquesta transformació ha estat feta massa de pressa, aquests canvis s’han produït a una velocitat que no els podem fer nostres, no els podem subjectivar al mateix ritme que s’estan produïnt. L’espai és deslocalitzat i el temps és just in time, hem perdut la capacitat o el temps de l’espera. Quan nosaltres pensem en triar una cosa ens cal un temps per comprendre allò que volem fer . Ara, aquest temps intermig, l’espera (que és un moment psicològic molt important) desapareix perquè, cada vegada més, quan veiem una cosa actuem ràpidament. La instantaneïtat és un element modern, molt afavorit també per les noves tecnologies, que fan que tot pugui circular a una velocitat superior a la que la nostra capacitat mental i subjectiva pot assolir.

Josep Maria Vila: Com afronten aquesta situació els professionals?
José R. Ubieto: A les persones que ens ocupem d’atendre altres persones com a docents, com a psicòlegs, com a treballadors socials ens afecta. I ens afecta perquè també ens posa en crisi; no sabem ben bé com actuar. Fins ara teníem un paradigma clàssic, tradicional que deia que nosaltres teníem un saber i teníem una autoritat que ens la donava l’altre i que formava part de l’uniforme del càrrec (un pare per ser pare ja tenia autoritat, un mestre per ser mestre tenia autoritat...). Allò feia que la cosa funcionés més o menys bé però, ara, aquest model, que tenia un vessant paternalista, ja no funciona perquè l’altre ja no reconeix l’autoritat per si mateix, ara te l’has de guanyar. Hem de triar entre dues maneres d’abordar les problemàtiques: una manera és confiar cegament en el que seria la reingenieria, que és un model que ha tingut molt d’èxit a les organitzacions empresarials i que ha estat importat d’una manera abusiva a les pràctiques de l’atenció a les persones. És la idea que podríem ser més eficients si, enlloc de treballar a partir del model clàssic (del judici, de la valoració), importéssim models de management a l’educació i als serveis d’atenció social. L’altra influència és pensar que podem reduir el subjecte al seu cervell. Evidentment que les neurociències ens aporten moltes novetats i avenços però hem de ser conscients que tot té un límit i que aquests avenços mai no poden substituir quelcom que és fonamental en el subjecte: la seva capacitat de decisió, la seva elecció, el seu raonament.

Josep Maria Vila: I vostè com ho veu?
José R. Ubieto: Us proposo una altra manera de pensar la nostra resposta, que té a veure amb la nostra època. Com ja no tenim la figura carismàtica que ens diu com es fan les coses, ara tenim una altra possibilitat: fer de la conversa, entre els professionals de les disciplines en les quals treballem  i les persones a les qual atenem, un principi rector. És a dir, fer de la conversa la producció, l’elaboració d’un saber, d’unes respostes que ens ajudin a avançar. Tot això no és ciència ficció; fa onze anys que estem duent a terme un projecte, que es diu “Interxarxes”, que aplega professionals de la salut, de salut mental d’educació, d’atenció social, al districte Horta-Guinardó de Barcelona, i treballem amb aquesta metodologia en situacions molt greus, amb joves i nens que tenen problemàtiques de salut mental, de violència, etc. Per tant, la idea és confiar en la nostra capacitat però, sobretot confiar que la nostra capacitat es reforça si comptem amb l’altre.  Aquesta conversa implica una novetat i és que nosaltres partim d’allò que sabem, afrontem allò que no sabem però ho fem amb un altre. La conversa que proposem és cara a cara (no virtual); hem de promoure més la trobada perquè només amb la trobada promovem un altre element que hem de rescatar: l’hospitalitat. Trobada i hospitalitat són dos elements que ens han de guiar en aquesta etapa difícil. Hospitalitat vol dir poder acollir l’altre, les seves dificultats. El nostre sistema actual de salut mental, per exemple, és molt poc hospitalari, i segurament en el sistema educatiu i de serveis socials trobaríem situacions que no són les més hospitalàries, per tant hem de trobar altres fórmules que parteixin d’aquesta idea. Jo crec que apostar per la fórmula de la reingenieria, pensar que hi haurà algú que ens digui què hem de fer i que ens ho dirà d’una manera molt clara (com si fos una guia pràctica molt senzilla per tractar una situació molt complexa) seria tan il•lús com pensar que els responsables financers o els qui han contribuït a promoure la crisi ens treuran d’aquesta crisi. Crec que això no serà així i, per tant, hem de confiar en la nostra capacitat i sobretot en la capacitat que podem generar amb la trobada amb l’altre.


Publicado en La Revista de Blanquerna nº 27. Juny 2012.