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viernes, 12 de enero de 2018

¿Dónde encontrar la calma en la ciudad?




La Vanguardia,  12/1/2018
 

¿Quién no se ha quejado del estrés y la ansiedad  que le produce vivir en la ciudad? ¿De la hiperactividad, que parece ser consustancial a la vida urbana y que se presenta como la forma actual del malestar del sujeto contemporáneo? La mayoría de las veces esa queja oculta un afecto clásico y atemporal como es la angustia del ser humano. Angustia que toma formas diferentes según las épocas y los discursos que en cada momento definen esos lazos sociales, propios del mundo urbano.

Los grandes éxodos de fin de semana, en busca de la paz y de la calma del campo, dicen mucho de ese malestar, ligado al estrés. Pero no siempre fue así, ya que la prisa es un fenómeno relativamente reciente, vinculado al nacimiento de las grandes urbes. En el mundo rural antiguo la prisa no existía, porque la cadencia del tiempo y la rutina de los hábitos y costumbres la volvían inexistente. La sorpresa estaba limitada y el marco espaciotemporal fijado de antemano.

Fue la emigración a la ciudad la que estableció una novedad importante: las distancias entre los espacios urbanos (trabajo, casa, ocio) implicaban otro cálculo del tiempo porque desbordaban....LEER TEXTO COMPLETO

lunes, 18 de diciembre de 2017

Neuroidentidades (TDAH)




“Ser un TDAH” admite hoy muchas lecturas. Para algunos sustituye el viejo calificativo de “movido o inquieto”. Para otros es la evidencia misma de una enfermedad, de un trastorno del neurodesarrollo que, si bien es indemostrable por la ausencia de marcadores claros –lo que no ha impedido la proliferación de estudios falseados-, su causa última no admite dudas. Para otros es un significante amo a partir del cual declinar, en su lengua, un nombre sintomático.

Inicialmente nombraba algo del real que agitaba esos cuerpos hiperactivos e impulsivos, y se acompañaba de la prescripción de psicoestimulantes que, curiosamente, se focalizaban sobre todo en las dificultades de atención.

La denuncia continuada, por parte de profesionales y opinadores, de la hipermedicación y el sobrediagnóstico, forzaron un cambio de paradigma en la presentación del trastorno[i]. La identidad TDAH aparecía cada vez más con una connotación negativa, un estigma que, sin embargo, conservaba algo de la subjetividad en juego (hiperactivos, impulsivos, despistados).

Para reducirlo se inventaron respuestas

lunes, 1 de agosto de 2016

Esperar, pensar, crear





¿Por qué nos resulta tan difícil esperar y lo queremos todo ya?


La Vanguardia, 28/7/2016

Nuestra civilización es, sin duda, la de la instantaneidad y la prisa como el modo en que los sujetos modernos viven su tiempo. Nos domina la cultura del just in time, tan presente en toda la retórica del consumo (“¡¡no esperes a pagarlo, disfrutalo ya!!”) y de los avances tecnológicos (“la información en tiempo real”) como una aportación específica de este nuevo siglo, marcado por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

Esta instantaneidad no es sólo un efecto virtual y tecnológico, también lo captamos en las formas de satisfacción más cotidianas (comida rápida, viajes acelerados, acumulación de gadgets, zapping). Lo cual no deja de crear, a la vez, sus propias patologías: accidentes de tráfico, aumento de las muertes por infartos, cuadros de estrés y de hiperactividad, pasajes al acto violentos o de riesgo. Se trata, pues, de una nueva relación del sujeto a este nuevo tiempo hiperactivo en el que la espera parece un anacronismo y una pérdida insoportable.

martes, 28 de junio de 2016

TDAH: SIN LÍMITES (II). Hiperactivos sin límite de edad







“De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables. Llamen a esto terrorismo donde quieran. ...La posición de psicoanalista no deja escapatoria, puesto que excluye la ternura del alma bella. ...toda tentativa, o tentación de encarnar más allá el sujeto es errancia... Así encarnarlo en el hombre, el cual regresa con ello al niño. Pues ese hombre será allí el primitivo...del mismo modo que el niño desempeñará el papel de subdesarrollado, lo cual enmascarará la verdad de lo que sucede de original en la infancia. "
J. Lacan. La ciencia y la verdad (1965)

El TDAH empezó a diagnosticarse en la infancia y adolescencia, entre los 7 y los 16 años. Luego se añadieron los adultos ya que se consideraba que el 50% de los niños hiperactivos seguirían siéndolo de adultos. Hoy esa clasificación diagnóstica empieza a no tener límites: el niño hiperactivo lo es ya desde los dos años y lo sigue siendo hasta su muerte, bien entrada la vejez. Es un ejemplo claro de esa tesis lacaniana del “niño generalizado” ya que además, y como no se cansan de repetir algunos, sin fundamento ninguno, “el TDAH es un trastorno de carácter neurobiológico originado en la infancia”, por lo que el sujeto no se hace responsable de esa agitación corporal.

Los cambios introducidos en el año 2104 en el sistema escolar norteamericano permitieron la incorporación en escuelas públicas a niños y niñas de 3 a 5 años. Ello ha supuesto el avance del diagnostico de TDAH en esas edades preescolares.

jueves, 31 de marzo de 2016

¿Cómo puedo saber si mi hijo es hiperactivo?

  • Vivimos en una época donde se esperan los resultados rápidos y falta paciencia para que se recorra el camino | Los niños se ven atrapados en esta dinámica



¿Cómo puedo saber si mi hijo es hiperactivo?
(Getty)








Niños movidos y desatentos en relación a los aprendizajes ha habido siempre. La novedad ahora radica en la mentalidad contemporánea, ligada a la prisa y a una noción del tiempo que no contempla la espera ni la pausa necesaria para comprender qué hacemos o qué queremos hacer.
Por eso el aumento de niños diagnosticados de hiperactividad, y en muchos casos medicados con psicoestimulantes, no sería pensable sin esa idea tan actual de que hay que ir corriendo, sin parar, para poder evitarnos la pérdida del tiempo.

Así cultivamos la ilusión que sumando actividades extraescolares o extra laborales llenaremos todos los vacíos de nuestras vidas en un estado de apresuramiento tan aceptado socialmente en nuestra época.

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿De qué sufren hoy los niños y adolescentes?


LA VANGUARDIA, Tendencias / Viernes, 18 de noviembre de 2011



José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

El periodo vital de la infancia y la adolescencia no está exento de padecimientos psíquicos. Sus manifestaciones más importantes giran alrededor de la escuela y de los aprendizajes, principal foco socializador, tanto por lo que se refiere a la adquisición de conocimientos y de hábitos como a la interacción social con sus semejantes.
Es allí donde constatamos cómo los niños sufren cuando son objeto de acoso (bullying) o bien en situaciones de violencia en la relación con los adultos, adoptando a veces las formas de comportamientos perturbadores. La relación que mantienen con el saber y los aprendizajes no siempre resulta fácil y muchas veces constatamos la ausencia de un deseo y de un consentimiento a aprender. La proliferación del denominado TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad), diagnóstico que sirve en muchos casos como cajón de sastre, incluye verdaderas dificultades de atención, vinculadas a conductas hiperactivas, pero también otras situaciones de origen y etiología diferente.

Otros escenarios privilegiados para captar los sufrimientos son las relaciones sociofamiliares y, por supuesto, las vivencias personales donde encontramos manifestaciones diversas: fenómenos de violencia intrafamiliar (maltratos) y de violencia social; agresiones sexuales y conflictos inter-generacionales; reacciones de ansiedad y estados depresivos que condicionan los rendimientos académicos y también la socialización y el desarrollo personal.

Quizás la novedad más radical de este nuevo siglo se refiere a lo que podríamos llamar las “patologías del exceso” vinculadas al consumo y a la relación de dependencia y adicción a los objetos, preferentemente los gadgets (móviles, ordenador, videoconsolas) y los tóxicos (alcohol, cannabis). Resulta frecuente recibir a pacientes jóvenes (16-30 años) que consultan preocupados por los excesos que cometen los fines de semana en las fiestas o salidas con amigos.
Excesos que los angustian y desorientan porque más allá de las “medidas” (¡tantas cervezas, tantos porros, tantas horas..!) no encuentran otra referencia más sólida para nombrar esa satisfacción “líquida”. Incluso en ocasiones presentan lagunas de memoria, producto en parte del efecto tóxico pero también de la ausencia de un relato que de sentido a conductas con un marcado carácter compulsivo, carentes de significación.

Esos excesos, a veces espectaculares y que por ello alarman e inquietan a los adultos, no siempre son sinónimo de placer. En realidad enmascaran fenómenos de angustia e inhibiciones en relación a elecciones que postergan: relaciones de pareja, estudios, carreras profesionales. A las dificultades actuales de la emancipación, algunas objetivas (paro juvenil, dificultad de acceso a una vivienda), se suman las propias de alguien que debe renunciar a la comodidad y seguridad del grupo familiar y asumir un riesgo, personal e intransferible, para verificar si está o no a la altura de las expectativas, las propias y las ajenas.

Obviar ese riesgo, bajo la forma de un exceso frecuente, es una tentación (nada ajena al marketing) que empuja a algunos jóvenes a eternizar ese momento vital en la fiesta colectiva. La trampa es que los riesgos así evitados retornan, como ocurre siempre con lo reprimido, aumentados bajo la forma de malestares psíquicos diversos y/o de las llamadas “conductas de riesgo”, con consecuencias más graves.