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jueves, 5 de octubre de 2023
martes, 13 de septiembre de 2022
“Me estoy muriendo y te lo cuento por TikTok”: lo que nos enseñan los casos de Charlie y Olatz Vázquez
The Conversation, 25/8/22
Las redes y los mundos virtuales, incluidos los metaversos que vienen, nos permiten imaginar tantas perspectivas de nosotros mismos que finalmente nos desorientan con esa multifrenia del yo fragmentado en múltiples avatares, deslizándose metonímicamente de uno a otro.
Narrar el propio dolor es una manera de saltar de ese tobogán y recuperar la enunciación propia, hablar en primera persona, desnudarnos anímicamente como hicieron Charlie y Olatz para dar (nos) un sentido a nuestras vidas, sea con la ayuda del arte o de la ejemplaridad de una conducta.
domingo, 31 de mayo de 2020
Tiempo de duelo: mucho más que cifras
Catalunya Plural, 30/5/20
Son mujeres mayores,
que tienen que despedirse de un ser querido, sin ceremonia, sin palabras ni el
arropo de los cuerpos y abrazos de amigos y familiares. Despedirse en soledad
de vidas compartidas durante décadas, con hijos e hijas, aficiones y amistades
conjuntas, como si la irrealidad que supone una separación definitiva, aquí se
hiciese más real. Algo se ha conmovido para siempre en esa historia y hay que
empezar a reconstruirlo de nuevo, pero solas y, como decía Freud, “pieza por
pieza”. Los ritos funerarios tienen su función clave en el inicio del duelo,
dan el tiempo para ir colocando cada imagen, cada recuerdo, cada palabra.
Estas son algunas de
las muchas historias de duelo que vemos y veremos en los próximos meses. Nunca
es fácil bordear el agujero que se abre en nuestras vidas cuando perdemos algo
tan valioso. Muchas veces, es entonces cuando comprendemos el valor de la
pérdida, el lugar que el que se ha ido tenía para cada uno y el que nosotros
mismos teníamos para él o ella. Ese es el duelo que tenemos que realizar:
hacernos cargo de lo que ya no seremos, de lo irrecuperable.
sábado, 22 de abril de 2017
Hacer el duelo mediante la escritura
La Vanguardia, 21 de abril de 2017
La muerte forma parte de la vida. Tanto es así que sin ella, la vida no
tendría sentido. Es el final lo que resignifica todo lo anterior. De allí que
las necrológicas sean siempre un balance de lo logrado y también de lo errado o
dejado pendiente.
Sin embargo, cuando la muerte llega antes de lo previsto aparece como algo
sin sentido. Un accidente, un atentado, una catástrofe o simplemente una
enfermedad, precoz para la edad, son finales bruscos para los que nunca estamos
preparados, aunque algunos podamos anticiparlos (procesos patológicos
terminales).
Solo nos queda hacer el duelo por eso que ya no está. Por la persona
querida que hemos perdido pero, sobre todo, por lo que nosotros éramos para
ella y que ya nunca volveremos a ser. Ese es el verdadero duelo que nos cuesta
hacer. Si hasta entonces, en vida del fallecido, éramos su apoyo, su
confidente, su alumno preferido, su pareja fiel o su hija siempre atenta, ahora
se nos abre un vacío en el que ya nos somos eso para él o para ella.
Tenemos que ir poco a poco tejiendo una historia que de algún sentido a lo
sucedido y que nos permita poner, en su lugar, otra cosa u otra persona. Una
manera de tejer esa historia es escribir, poner palabras y sonidos a ese vacío
silencioso. Muchos escritores han optado por hacer el duelo a través de una
obra que, en ocasiones, ha pasado a ser una joya literaria.
Miguel Hernández lo hizo en su “Elegía”, recordando a su amigo Ramón Sijé
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