domingo, 22 de octubre de 2017

El “Síntoma Catalunya” (II): Y ahora ¿cómo salimos de aquí?


Ruptura, alejamiento, factura, tensión, inquietud, fractura, angustia…son algunas de las palabras que cada uno y cada una elige para tratar de bordear el abismo al que parece - cada día más evidente- que nos vemos abocados. Si nos guiamos por la ética de las consecuencias, más que por la de las buenas intenciones, debemos exigir responsabilidades. Que aquellos que gobiernan respondan de las consecuencias de sus actos es un imperativo democrático.

La responsabilidad aquí es amplia y diversa si bien no es simétrica ni equivalente. Lo propositivo, más o menos razonable, y el rechazo puro no tiene el mismo estatuto. Además, los que más poder y fuerza tienen deben explicar por qué no usaron el primero y sí en cambio abusaron de la segunda. Por qué
su sordera y su inmovilismo durante mucho tiempo, nada inocente, ha terminado por desvelar su lado más feroz y autoritario, recuerdo de épocas oscuras de nuestra historia. ¿Era esto lo que ocultaba su silencio y su “no hacer”, la voluntad firme de aplastar y callar al otro?

El pretexto de la ley, una ley válida pero insuficiente y que en ningún caso puede sacralizarse en una sociedad laica y en un estado de derecho, no es aceptable. Todos los que vivimos la transición sabemos que esa Constitución fue una formación de compromiso (definición freudiana del síntoma) entre los restos, muy vivos, del franquismo y aquellos –jóvenes y mayores- que aspirábamos a otra sociedad y a otra convivencia. Como síntoma, un día u otro lo reprimido de ese acuerdo retornaría para recordárnoslo y obligarnos a revisarlo.

El 15 M, que obligó al anterior rey (símbolo mayor de ese proceso de transición) a abdicar, fue la fecha clave de ese retorno, emergente rechazado por la derecha y hay que recordarlo (la amnesia funciona), sin distinción de colores y banderas. ¿Por qué no se escuchó en ese momento lo que clamaba en la indignación expresada, y se leyó sólo como un efecto de la crisis económica? ¿Por qué el éxito de movimientos como la PAH no se quiso interpretar como un signo del desalojo de los sujetos, no sólo de su casa hipotecada, sino de una sociedad cada vez más desigual y excluyente?

En su lugar, lo que era un verdadero síntoma –también en Catalunya-  se leyó, por parte de muchos (no todos, claro) como un simple trastorno del sistema financiero o en algunos casos, muestra de su catadaura moral, como  un trastorno de la ambición  de los que querían tener una mejor vida (una buena parte inmigrantes). En psicoanálisis sabemos que los trastornos se eliminan –porque no se les supone sujeto alguno- mientras que el síntoma llama siempre a su interpretación.

Parte del crecimiento del independentismo en Catalunya, sobre todo entre las generaciones jóvenes, tiene que ver con ese retorno que ha tomado la forma del “Síntoma Catalunya” y la bandera del movimiento independentista. El Síntoma Catalunya no es un asunto interno, una deria (manía) de los catalanes, es algo que nos concierne a todos los que, como españoles, acordamos unas reglas de convivencia hace 40 años y que ya no sirven para preservarla.

Por eso, creo, que la responsabilidad de los gobernantes catalanes es no haber querido entender este marco de discusión y creer que solos podían desembarazarse del síntoma. Si unos dilataron el tiempo mostrando así, al modo obsesivo, su rechazo al deseo (de cambio) del otro, otros lo forzaron para precipitar una salida, ignorando una parte importante del todo al que debían representar. Tomando una parte por el todo forzaron también las voluntades.

El pueblo catalán tiene muchas voces y hasta la fecha ninguna mayoría clara para apoyar una decisión unilateral. Tampoco la comunidad internacional dio nunca signos claros de apoyo. Sumarse a la denuncia de los abusos policiales o la vulneración de libertades básicas, es una obligación de todos los que defendemos un verdadero estado de derecho pero en ningún caso avala una opción de ruptura unilateral. Las declaraciones recurrentes de la líder de los comunes, Ada Colau, o del líder nacional de Podemos, Pablo Iglesias, han dejado muy claro esa diferencia. Instrumentalizar ese apoyo es una responsabilidad de los que lo hacen, contribuyendo así a una falsa salida.

¿No sería mejor apelar al consenso mayoritario sobre aquello que todos, los que apostamos por una convivencia y respeto de la diversidad, anhelamos? ¿No supone eso ceder en proyectos, inviables en este momento, y tejer redes para defender lo más básico, que es vivir juntos y en paz? Darse un tiempo para comprender el alcance y posibilidades de nuestros deseos no siempre es un ejercicio de procastinación, a veces es signo de aceptar los límites y el tiempo que necesitamos para concluir juntos.


Un acto ayuda a precipitar la salida y sacarnos de los impasses de nuestra inhibición o rumiación eterna y estéril, pero cuando toma la forma de un pasaje al acto, un salto al vacío, puede conducir a lo peor.