jueves, 1 de junio de 2017

Ser padres, ser hijos. Prólogo de José Ramón Ubieto




 



Prólogo de José Ramón Ubieto

Freud decía, refiriéndose a los adolescentes, que se encuentran en un túnel donde tienen que cavar dos salidas simultáneamente. Por un lado la que les llevará a asumir sus responsabilidades como adultos (estudios, familia, trabajo) y por otro la que los constituirá como sujetos con una identidad sexual asumida. Es decir, la que les llevará a hacerse cargo de su nuevo cuerpo púber, muy distinto del infantil.

Los padres y os adultos, en general, estamos muy pendientes de la primera salida y les recordamos sus deberes como adultos futuros. No es seguro que pensemos en su segunda obligación, por la que nosotros mismos pasamos y que habitualmente se presenta como un imperativo más exigente, para ellos, que el que nosotros les planteamos.

De ahí que en ese pasaje, a veces oscuro y estrecho, encuentren falsas salidas que los atrapan en un bucle por más o menos tiempo. Una de ellas es la que los ata a un objeto del que se convierten en devotos, sea un tóxico (drogas) o una pantalla (móvil, videoconsola, ordenador). Otra es la que los frena en sus objetivos y los inhibe en sus aprendizajes (fracaso escolar) o en sus decisiones. Y la última, y seguramente la más espectacular
, es la que les hace recurrir a la violencia en cualquiera de sus formas (acoso escolar, violencia filio-parental, incivismo). Son falsas salidas pero, en la mayoría de los casos, son temporales, duran un tiempo hasta que el chico o la chica encuentran su propio camino.

En ese trayecto los padres, y otros adultos (profesores, familia extensa, terapeutas), les acompañan con sus propias dificultades. También ellos tienen que salir de la infancia y “perder” esos objetos infantiles que fueron sus hijos y que ahora ya van camino de ser adultos.
Mario Izcovich, en este libro dirigido a los adultos, no da recetas sobre ese acompañamiento, pero sí propone un método, puesto a prueba durante 30 años de práctica profesional. Un método sencillo pero eficaz basado en la práctica de la conversación regular con padres e hijos. Conversar no es el bla bla bla banal que a veces practicamos para pasar el tiempo. Tampoco, como señala el autor, se trata de una terapia, si bien sus efectos beneficiosos son claros.
Se trata de conversar con otros padres, con la ayuda de un psicoanalista que provoca esa conversación e invita a los padres a testimoniar, en primer lugar, de lo que fue su propio tránsito adolescente. De esta manera pueden articular sus interrogantes actuales, sus preocupaciones sobre la educación de los hijos, con las dificultades –y las invenciones que encontraron para resolverlas- por las que ellos mismos pasaron.
El método que propone el autor parte de un firme respeto por la diversidad de estilos, formas y criterios educativos. No presupone que hay La solución, así en mayúsculas y en singular, ni tampoco La familia y mucho menos La adolescencia ideal. Hay familia (s ) y hay adolescencia (s).
Tampoco presupone que el saber hacer esté del lado del experto y la ignorancia del lado de los padres que consultan, desorientados y angustiados. No es un método unidireccional que imparte lecciones. Cada familia, cada padre y madre “saben”, más allá de sus conocimientos más o menos eruditos.
El saber que cuenta para nosotros, orientados por el psicoanálisis, es el que cada uno ha ido construyendo, en buena parte de manera inconsciente y eso lo hace todavía más operativo, respondiendo a la pregunta de ¿qué soy yo para el otro? ¿Qué lugar ocupo en su deseo? Si alguien, por ejemplo, responde a eso creyéndose imprescindible, obrará en su vida, en sus relaciones de pareja, laborales y parentales, estando siempre y sustituyendo la decisión de los otros ya que considerará que sin su presencia la cosa no funcionará. Ese saberse imprescindible es lo que le orientará, pues, en la vida, como si fuera su GPS.
Mario Izcovich toma en cuenta ese saber, en la medida en que los padres lo ponen en juego, no para descalificarlo ni para admitirlo tal cual. Simplemente lo confronta a los dichos y hechos de los padres, a sus dificultades y a sus expectativas, señala las contradicciones y las posibilidades. Finalmente serán ellos los que tomarán la decisión final sobre lo que quieren hacer con sus vidas y con la educación de sus hijos. El psicoanálisis no persigue el adoctrinamiento de los sujetos, tan sólo ayudarles  a saber algo más sobre aquello que los causa y los agita en la vida.
En ese proceso dialógico no se evitan las dificultades, aquello que cojea en cada familia, pero el foco se pone en otro lugar. Allí donde cada uno “inventa” sus soluciones, siempre parciales y finitas, pero respuestas sintomáticas al fin que tratan de acotar y tratar los conflictos que surgen en cada uno y en los vínculos que establecen.
El autor les da todo su valor e incita a los padres a tomar las crisis como lo que son: una oportunidad de rectificar posiciones y plantearse cambios. Para el psicoanálisis el fracaso no es nunca una catástrofe. Al contrario, es la mejor manera –si uno aprende de él – para seguir viviendo y para relanzar el deseo en cualquier ámbito de nuestra vida (familiar, laboral o personal). Freud aconsejaba a los jóvenes que no se angustiasen demasiado por las rupturas sentimentales ya que de ellas aprenderían a conocerse y eso les permitiría elegir mejor después, ya como adultos.
Ejercer de padres hoy no resulta fácil. Por un lado, las insignias de la autoridad, antaño reforzadas socialmente, están en un cierto declive. Por otro, el saber como recurso de apoyo y autoridad cada vez se desliza hacia el bolsillo de los adolescentes que lo guardan en su smartphone como un oráculo que les responde cada vez que le preguntan, las 24 horas del día. Por si fuera poco, el mercado hace tiempo que hizo una opa hostil a la familia y contraprograma sus propuestas de ocio con  todo tipo de gadgets que no requieren demasiada compañía. Last but no least, los profesionales de la educación y de la salud no dejan de dar consejos, diagnósticos y predicciones, a veces contradictorios entre ellos mismos.
Parecería el apocalipsis y sin embargo todos los barómetros, desde hace años, recogen la opinión mayoritaria de que la familia sigue siendo la institución más valorada por los ciudadanos de todas las edades y clase sociales. Es una paradoja fácil de entender si aceptamos las tesis de Kant sobre la imposibilidad de educar y gobernar. Freud añadió luego la de curar. Imposible, aquí, no quiere decir que no se pueda hacer nada. Al contrario, indica que no hay manual de instrucciones ni camino ideal para ser padres y educadores. Que hay muchas cosas por hacer y que cada generación tiene sus retos educativos y debe arriesgar sus formas y sus actos. Imposible, como condición de lo posible,  se opone a la impotencia, al sentimiento de fracaso vital que surge siempre cuando alguien se creyó, previamente, omnipotente, capaz de resolverlo todo.
Este libro, querido lector y lectora, es un antídoto contra las falsas promesas del adoctrinamiento y la omnipotencia. Te permite a ti, como padre, madre o adulto, hacerte cargo de tu tarea educativa, confía sin duda en que aprovecharas tu saber y el de los otros para recorrer juntos, con tus hijos, ese delicado tránsito que es la adolescencia.
José Ramón Ubieto