Publicado originalmente en la web de las XV JORNADAS "MUJERES" Colegio de Médicos de Madrid 19 y 20 de noviembre, 2016
Hoy hablar de mujer,
madre o maternidad, en singular, resulta algo obsoleto porque vivimos en el
siglo de lo plural y de las paradojas. Es cierto que hasta no hace mucho lo
hacíamos así y especialmente respecto a la unicidad de la madre que, como se
dice, “no hay más que una”.
Esa una y toda madre, destino en lo universal para
la mujer, sigue siendo una idea con apoyos, si bien ahora hay otras al lado.
Lacan nos ofreció en 1960[1]
una interesante tesis para captar estas variaciones sobre la sexualidad
femenina.
En ese escrito dice
lo siguiente: “si los símbolos aquí (en la sexualidad femenina) no tienen mas
que un asidero imaginario es probablemente que las imágenes están ya sujetas a
un simbolismo inconsciente, dicho de otra manera a un complejo, lo cual hace
oportuno recordar que imágenes y símbolos en la mujer no podrían aislarse de
las imágenes y símbolos de la mujer. La representación de la sexualidad
femenina condiciona su puesta en obra”.
Es evidente entonces
que los símbolos e imágenes de la mujer- el cómo cada una subjetiva lo
femenino- se articulan con los
escenarios de la relación sexual de los que se dispone en cada época, es decir
con las invenciones que cada momento de la cultura ofrece para recubrir,
escamoteando, la no relación sexual, la gran tesis lacaniana sobre la
sexualidad humana.
No hay duda pues que
las propuestas identificatorias, al alcance de cualquier mujer, están
mediatizadas por las propuestas del Otro en cada momento. Y es por ello que no
podemos pensar ningún fenómeno, en lo social, sin tener presente esa doble
clave de lectura: lo nuevo y lo atemporal. Para las mujeres, hoy, la relación
con la maternidad y con los hombres no se presenta igual: la significación
fálica, el valor libidinal de sus bienes, hijos incluidos, ha cambiado pero,
sin embargo, los elementos de estructura que están en juego son los mismos.
Las cifran tienen desde siempre
un valor mágico, les atribuimos propiedades y significaciones especiales, como
cuando nos referimos a la edad: 1, 15, 18, 40. Esta última se acompaña además
de la coletilla: “la crisis de los …” que parece indicar un rasgo generacional
compartido. Los varones sentirían los primeros signos de un cierto declive,
manifestado en síntomas corporales diversos, y algunas (cada vez más) mujeres
se enfrentan a una decisión vital: ser o no ser madre.
Si antes ese dilema se
resolvía a los 20 o máximo al inicio de la treintena, hoy el rol activo de la
mujer, en todos los ámbitos, les permite elegir otros destinos distintos a la
maternidad. Sea como sea es raro la mujer que, no habiendo tenido hijos antes,
no se enfrente a esa Krisis de los
40. Para los griegos krisis era el
momento de tomar una decisión y asumir sus consecuencias. Cada una tiene, pues,
que responder a esa pregunta que además se le impone por la inminencia de lo
biológico y por la presión que puede sentir en su entorno (familia, amigos,
trabajo), donde otras mujeres también eligen su ser o no madres. Los datos de
mujeres solas que solicitan un niño en adopción o en acogimiento familiar, a
estas edades, hace ya un tiempo que van en aumento.
Es por ello que no es
infrecuente que algunas consulten cuando se acerca esa fecha, acuciadas por sus
dudas y por el temor a las consecuencias de la decisión que tomen, sea una u
otra. La idea del instinto maternal, tan cara a cierto discurso religioso,
insiste cuando sabemos que tener un hijo es el resultado de un deseo y por
tanto de una elección subjetiva.
La clínica de estas
maternidades, dentro de la singularidad de cada caso, pone de relieve que los
hijos siempre confrontan a la mujer a su falta y que por tanto el hijo o hija
por venir nunca la colmará del todo y esa falta formará un buen trío porque les
ayudará a los dos a salir de ese dúo y preservar el deseo de otraar otras cosas.
El riesgo, nos advertía
Lacan[1], es situar a ese hijo/a en
el lugar de nuestra única causa sin dejar entre él y nosotros ningún hueco por
donde deslizar otro deseo que no sea él. Ese pegoteo simbiótico asegura la
asfixia y un día u otro retornará en forma agresiva. La llamada Violencia
filio-parental (VFP) no deja de ser un síntoma, en muchos casos, de esa
erotización precoz que deviene en intención agresiva entrada la pubertad.
Tener un hijo es asumir que,
junto a la satisfacción esperada, habrá también una cierta decepción asegurada.
Asumir cierta renuncia, implícita en los cuidados, sin que eso nos dé derecho a
exigirle incondicionalidad. El deseo siempre tiene condiciones y es bueno que
así sea.
Claro que la maternidad no
es la única manera de transmitir o donar algo (ideas, afectos, bienes,
cuidados). El deseo teje también otros lazos de amor y satisfacción.
[1] Jacques Lacan (1960) “Ideas
directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” en Escritos vol. 2. Madrid: Siglo XXI