Organizado por El Casalet, el Centre de Recursos Pedagògics y el Centre d'Estudis de
L'Hospitalet
¿Por qué tanto silencio sobre el bullying?
El pasado miércoles 13 de abril participamos en la presentación del libro
"Bullying. Una falsa salida para los adolescentes" (Ned ediciones) en
el centro Tecla Sala de L'Hospitalet. Con una nutrida asistencia de
profesionales, técnicos, responsables institucionales y padres. Las entidades
organizadoras, con Enric Roldán, co-autor del libro y activo miembro de la comunidad
educativa como maestro de ceremonias, dieron buena muestra de su interés y de su
presencia en la ciudad así como de su hospitalidad y acogimiento presentes en
el topónimo y, como nos recordó Enric Roldán
también en el escudo de la ciudad.
De los diversos temas planteados desde la mesa, compuesta por Juan
Carlos Arévalo y Montse Zaera (INS Bellvitge), Carme Fernández (EAIA), Begonya
Gasch y Miriam Pérez (Fundació El Llindar), Manuel Domínguez (CEL'H) y Ramon
Almirall y José R. Ubieto (co-autores), querría señalar uno: el silencio de
unos y otros sobre el acoso.
Freud se confrontó, tras la primera guerra mundial
y a partir de las
neurosis traumáticas, con un real velado por los ideales del progreso
científico y económico de ese mundo de ayer que tan bien describió su
contemporáneo Stefan Zweig. Lo nombró y formalizó como pulsión de muerte, un
empuje que habita en cada uno y que tiende a la destrucción. La carnicería de
esa guerra cuerpo a cuerpo lo hizo evidente y hoy lo vemos en múltiples fenómenos
de destrucción y autodestrucción: consumos, anorexia, accidentes de tráfico, guerras,
violencia intrafamiliar, suicidios. Esta claro que no siempre queremos nuestro
bien, la felicidad no parece nuestro único objetivo.
Lacan lo llamó más tarde “el goce” y la escena del bullying lo trae al
primer plano. La crueldad misma de la escena nos produce, como al joven Törless
de la novela de Robert Musil, un doble afecto: horror por ese goce sádico y por
la falta de respuesta de la víctima, pero al mismo tiempo cierta fascinación
por la escena misma. Hasta el punto que no podemos dejar de mirarla y en algunos
casos es objeto de difusión (escenas de violencia redifundidas en TV) y
viralización al infinito (grabaciones de escenas violentas). Esa conjunción del
horror y la fascinación nos divide y nos deja muchas veces mudos ante el
fenómeno violento. Temerosos también de ser nosotros mismos los próximos en
ocupar ese lugar del caído y humillado. El silencio nos protege, falsamente, de
ese destino. Es por eso que callan y se inhiben los testigos pero también, a
veces, los adultos (padres y docentes).
Hablar del acoso, desvelar su lógica, aceptar que un cierto sadismo es
constitutivo del sujeto humano, nos permite encontrar otras salidas, otras vías
menos nocivas para todos los participantes de la escena. El silencio fija ese
goce sin dialectizarlo, como si fuera un destino irreversible.