martes, 24 de junio de 2014

El lado salvaje del capitalismo





La Vanguardia | Domingo, 22 de junio 2014


“La codicia es buena” (greed is good), lema del Gordon Gekko de la película Wall Street, anunciaba en los 80 la era del darwinismo social. Richard Sennett lo corroboró más recientemente al declarar de manera contundente que el capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida.

La exacerbación de ese lado salvaje se inicia con la desregulación de los años 80, liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, como nos lo ha mostrado de manera rigurosa Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI). En nombre de ideales democráticos y de progreso (libertad, autonomía, crecimiento), y con el apoyo de las nuevas tecnologías, se enmascara esa voluntad de goce que no conoce límites y cuyo resorte pulsional y entrópico es evidente: no tiene otra finalidad que ella misma.

Hoy ya percibimos con claridad que no sólo se trata de liquidar formas de trabajo o de creación sino de constatar que el propio sujeto consumidor es ante todo un consumible.

Esta tesis ha sido dicha de muchas maneras y uno de los que la anticipó a finales de los sesenta fue Jacques Lacan cuando señaló los rasgos de este discurso que ambiciona la anulación de cualquier pérdida –de allí su pasión por reciclarlo todo incluida la protesta- y tiene la convicción cínica de que en la vida finalmente se trata sólo del goce. Es por ello que el amor –que siempre presupone la existencia de una falta, de un anhelo- no tiene lugar en el discurso capitalista, salvo en su condición de mercancía consumible.

Un ejemplo preciso de esta tendencia dominante lo encontraran en la web de citas www.seekingarrangement.com/es donde los sugar daddies (papis chulos), varones maduros con recursos y miembros de la élite, prometen “Relaciones de Beneficio Mutuo” a sugar babies, jóvenes estudiantes “atractivas, inteligentes, ambiciosas y orientadas a sus metas”. Bajo el eufemismo del beneficio mutuo se oculta una práctica de prostitución que bien pudiera considerarse como la forma actual del derecho de pernada feudal. Aquí son los padrinos quienes lo ejercen, velado por esas buenas intenciones y el consentimiento de las jóvenes: “Sabes –les exhortan desde la web- que te mereces salir con alguien que te consienta, que te haga crecer, y te ayude tanto mentalmente como en el ámbito emocional y financiero”.

La iniciativa goza de gran éxito en muchas ciudades de EE. UU. y en otros países. También en Catalunya donde la proporción de chicas por padrino es de 5 a 1 y como se señala en la web: “¿Qué otro sitio para hombres ricos tiene números tan impresionantes como estos?”. Ni Étienne de La Boétie hubiera imaginado una servidumbre voluntaria tan genuina.

Esta es la lógica que parece imponerse en nuestras vidas: la obsolencia programada de bienes y sujetos, sacrificados en el altar del dios money. Al falso dilema de la desregulación o el furor de la normativización –propia de una moral victoriana que sólo halló alivio en la carnicería de la I Guerra Mundial- habría que oponer una fórmula que, como el propio papa Francisco decía en estas mismas páginas, no alimente “la cultura del descarte”. Regular es aceptar una pérdida (pagar impuestos, consensuar normas colectivas) y ese límite es constitutivo de un lazo civilizado. Lo otro –digamos las cosas por su nombre- es la jungla salvaje de la pulsión de muerte.