viernes, 25 de octubre de 2013

Violencias invisibles


La cifra oculta de la violencia infantil


Asunta, Ruth y José, Allison y Andrés, son algunos de los niños y adolescentes asesinados recientemente por sus progenitores. Apenas una pequeña parte, la punta del iceberg, de una realidad mayoritariamente invisible: la violencia contra los niños. Sabemos con precisión las estadísticas de otra violencia no menos dramática, las mujeres asesinadas cada año por sus parejas: 52 en el 2012 y 37 en lo que llevamos de año.

Lo que no sabemos, porque no existen estadísticas, es la cifra de niños y niñas, menores de edad, fallecidos víctima de violencia, generalmente en el medio familiar. Resulta paradójico que la alarma social y el revuelo mediático que provocan estos crímenes no se acompañe de datos precisos que dimensionen la gravedad de los hechos. Algunos expertos estiman que la cifra podría ser incluso superior a la de violencia de género. Sin olvidar además que a estas cifras mortales se suma el hecho de que cada día miles de niños en nuestro país sufren en silencio esa violencia por parte de padres, o de otros familiares con los que conviven (800.000 al año según datos de Save the Children)

Sorprende esta ausencia de datos con las proclamas sobre el interés superior del niño, como principio jurídico y la voluntad de las administraciones en proteger a la infancia en riesgo. Lo que sí sabemos de manera precisa son los menores agresores, que han aumentado en un 23% respecto a años anteriores (Observatorio del Poder Judicial).

¿A qué se debe esa invisibilidad, esa ceguera social compatible con el seguimiento minucioso y muchas veces obsceno de algunos casos mediáticos? ¿Nos preocupa más la infancia peligrosa que la infancia vulnerable? Hoy las políticas públicas están cada vez más condicionadas por los grupos de afectados o por los lobbies con intereses diversos. Todos ellos hacen oír su voz para exigir recursos y normativas que se ocupen de sus dificultades. Quizás este dato nos aclare algo sobre esa cifra oscura.

Más allá de la estadística, la invisibilidad de esta violencia la hace más persistente y para algunas familias constituye su clave secreta, el lazo que las cohesiona, alrededor del cual la familia se mantiene unida y muda. A veces pasa un tiempo largo hasta que esa violencia “estalla” y surge como síntoma insoportable para alguien, habitualmente un hijo/a adolescente. Este vínculo paradójico, en que violencia y lazo afectivo se conjugan, produce efectos duraderos en los niños y a veces sólo una posterior ruptura permite tratarlos adecuadamente.

La violencia es siempre el signo de un fracaso, es “en los confines donde la palabra dimite, donde empieza el dominio de la violencia que reina ya allí, incluso sin que se la provoque” (J.Lacan). El silencio colectivo sobre estos hechos, como lo muestra el otro silencio largo tiempo sostenido sobre los niños robados, es un claro factor de desprotección de la infancia. Visibilizar la infancia, por el contrario, es otorgarles su condición de sujetos de pleno derecho, legal y subjetivo.



martes, 15 de octubre de 2013

¿Cómo abordar los fenómenos de violencia familiar desde el Trabajo en red?

Intervención en el VIII FORUM INTERXARXES.Viernes 11 de octubre de 2013. Barcelona

La violencia es siempre, a diferencia de la agresividad constitutiva del ser humano, un signo del fracaso de los intercambios verbales, algo ya no pasa por la palabra -que se muestra impotente- y se manifiesta mediante un acto, una intención agresiva hacia el otro: insulto, desprecio, agresión directa, negligencia efectiva. Decía Lacan que es “en los confines donde la palabra dimite, donde empieza el dominio de la violencia que reina ya allí, incluso sin que se la provoque”.

La violencia tiene sus coordenadas simbólicas, alrededor de los discursos y creencias que la promueven o la estigmatizan. También la violencia nos ofrece una escenografía llena de imágenes, fascinantes a veces y aterradoras casi siempre. Pero la violencia, sobre todo, tiene una dimensión real que afecta al cuerpo bajo diferentes formas

Sabemos que el fenómeno, por sí mismo, no es suficiente para captar todo aquello que la violencia trae implícito, hace falta localizarlo en la estructura y comprender su lógica. Más allá del acto en sí, podemos diferenciar dos lógicas: en una la manifestación de violencia tiene en cuenta al otro como interlocutor y en este sentido busca una respuesta, a veces de confrontación, otras de castigo, pero siempre sosteniendo así el vínculo con el otro.

La segunda lógica implica que esta violencia busca directamente la eliminación de cualquier vínculo y por lo tanto la destrucción del otro. Es una manifestación del odio en estado puro donde no encontramos ningún signo subjetivo de empatía, dolor, culpa.

Los dos casos son graves pero el último tiene mucho peor pronóstico y este dato es importante pensando en las intervenciones posibles ya que sabemos las dificultades que comportan. Por un lado por su complejidad donde juegan muchas variables (familiares, educativas, sociales, personales) y de otra la implicación emocional que nunca nos deja indiferentes y se manifiesta como angustia mas o menos reconocida. Es fácil por lo tanto precipitarse en la respuesta o por el contrario inhibirse, las dos salidas habituales ante la angustia que nos recordaba Freud.
El trabajo en red, sin duda, nos ayuda a pensar mejor las respuestas porque nos obliga a hacerlo conjuntamente, como elaboración colectiva. Este es, sin duda, uno de los beneficios directos de esta metodología de trabajo tal como hemos comprobado en la experiencia del Programa Interxarxes (www.interxaxes.net).

Nos hace falta pues encontrar e inventar formulas diversas para organizar esta conversación –antídoto de la violencia- interdisciplinaria que nos oriente en el trabajo compartido y que nos permita a la vez sostenernos en el acto que le corresponde a cada cual: social, educativo y/o clínico. Buscar prácticas colaborativas que promuevan recuperar el poder de la palabra, de la escucha y la conversación haciendo un buen uso de estas herramientas.