domingo, 2 de septiembre de 2012

La fascinación por el lujo


LA VANGUARDIA, Tendencias, 28 de agosto de 2012

José Ramón Ubieto

La opinión pública rechaza hoy la exhibición del lujo y la opulencia pero no es seguro que el lujo, en sí mismo, sea denostado. Los ideales democráticos y la exaltación del individualismo han sembrado la idea que ese lujo podía estar al alcance de todos, ricos y pobres. La realidad es que para la inmensa mayoría se trata de una satisfacción low cost, en forma de viajes o bienes “pirateados”.
 
Nuestra época se caracteriza por el ansia de un bienestar (algunos atrevidos le llaman felicidad) fundado en el tener y consumir objetos, impensables hace tan sólo unas décadas. La exhibición que de ellos hacen algunos personajes, incluso líderes notables, les otorga poder y seducción y al tiempo alimenta nuestra ilusión de obtenerlos. Omar Pamuk lo ha descrito maravillosamente en “El museo de la inocencia” cuando la burguesía turca quedó fascinada, en los años 50 y 60 por el lujo y el consumo occidental.
 
El ser de nuestro sujeto hipermoderno ya no radica en sus ideales, sino en la satisfacción que obtiene con los objetos que lo rodean y, en primer lugar, con su cuerpo.  Por eso alcanzar la opulencia y exhibir el lujo son dos caras de la misma satisfacción. Mostrarse es intrínseco al lujo y ello ha generado toda una industria alrededor. Desde la publicidad de objetos de lujo hasta las revistas del corazón que no dejan de exhibir el modo de vida de personajes opulentos.  Estamos en crisis pero el kiosco sigue proporcionándonos imágenes paradisiacas de famosos y aristócratas en sus yates o islas exóticas, con casas en las que cualquier objeto indica algo del valor supuesto de su propietario.
 
Ese lujo que unos muestran –obteniendo su recompensa por ello- y que otros observan fascinados, difícilmente puede ocultarse ya que rinde beneficio para todos. Unos lo usan como semblante de ser privilegiado y otros sueñan con acariciarlo. De hecho, mantenerse a una cierta distancia alimenta el deseo de lo que falta.
 
Hoy el tabú se extiende sobre la exhibición pública, especialmente por parte de los líderes políticos y financieros, responsables de una crisis que ha devuelto a la necesidad (estado previo al deseo) a un lugar vital para muchas familias y personas. El sentimiento de estafa y engaño de buena parte de la población hace insostenible la ficción de una vida de lujo cuando cubrir las necesidades básicas empieza a ser ya un lujo para muchos. En este cambio de discurso no es extraño que algunos se sorprendan de las críticas recibidas por su opulencia ya que para ellos se trata de mantener su ser de privilegio.