martes, 17 de julio de 2012

El valor del ejemplo



La Vanguardia, Tendencias, lunes 16 de Julio de 2012


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

Los adultos llevamos ya un tiempo navegando entre conceptos económicos para entender la crisis, acontecimiento traumático que nos exige buscar significaciones a ese real (sin sentido) que ha surgido bruscamente, provocando nuestra perplejidad. Lo siguiente, identificados los culpables, es buscar una salida a la nueva realidad y eso implica revisar los valores, las prioridades entre lo importante y lo prescindible. Rescatar los valores para regenerar lo que se ha vuelto inmundo en el panorama actual: la escasa credibilidad y la ausencia escandalosa de referencias éticas de los líderes. Los elogios al triunfo de la Roja no han escatimado alusiones morales: generosidad, esfuerzo, solidaridad.

¿Cómo viven los niños y adolescentes esta crisis, ellos que apenas usan términos como Ibex o prima de riesgo pero que siguen atentos a famosos y deportistas? Sus indicadores son otros: el malhumor o la angustia de los padres, la irritabilidad de sus maestros, el cansancio de los adultos que les rodean, los gestos y palabras de sus ídolos. Para ellos la clave interpretativa, ahora y en los próximos años, no son los discursos bienintencionados y la evocación de los valores. Lo que funcionará como explicación auténtica será el ejemplo vivido, en su entorno más próximo y en la sociedad en su conjunto.

Las dificultades recientes de algunos líderes para asumir las consecuencias de sus dichos y actos, enredándose en eufemismos, o las contradicciones entre los valores que deportistas y famosos enarbolan y sus actos posteriores, nos dan pistas para el futuro.

Nadie mejor que los adolescentes para captar la diferencia entre el dicho y el decir, entre la intención y la consecuencia. El clásico “no me ralles” como respuesta de rechazo a la interpelación que les hacemos, no siempre debe traducirse por un “¡déjame en paz!”. A veces es el “no” que precede al “sí quiero”, que no pueden formular de entrada. También al revés podemos ver como el “haré lo que me pides” puede ocultar un “¡paso de ti!”

Los mismos adultos funcionamos con esta dualidad: ¿cuántos padres, que se lamentan porque sus hijos no leen ni se interesan por los estudios, muestran ellos mismos un evidente desprecio por el saber? Los hijos saben “leer”, en los dichos paternos, si hay un deseo decidido de sus progenitores por lo que dicen querer. A veces el ejemplo real desmiente el dicho bienintencionado, que no se hace cargo de las consecuencias de su decir.

“Lo que tú haces sabe lo que eres”, frase de Jacques Lacan que nos recuerda la pasta de la que estamos hechos, más compleja y espesa que las palabras que usamos. Para inculcar el hábito de la lectura, un maestro debe mostrar su deseo en acto, igual que para ser solidarios no basta tener buenas intenciones, hay que practicar el encuentro con el otro. Ese es el valor de los testimonios que nos conmueven realmente, como el reciente de Donna Williams (Alguien en algún lugar, N.e.ed,) sobre su victoria contra el autismo, que nos enseña de manera ejemplar la relación auténtica entre el ser y sus actos.

¿No deberíamos hacer lo mismo con nuestros líderes y referentes? ¿Pedirles que practiquen sus valores mediante el ejemplo, ya que se trata de adultos que, a diferencia del adolescente que aún explora su nuevo mundo, conocen bien la diferencia entre la intención y las consecuencias del acto? Sólo así merecerán nuestro respeto y recobrarán la confianza de las generaciones más jóvenes.